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Holbox: el desarrollo económico amenaza la seguridad alimentaria

Chica Antele

Holbox se convirtió los últimos años en uno de los destinos turísticos preferidos para vacacionar debido a su riqueza natural y belleza paisajística, además de brindar la experiencia de nadar al lado del pez más grande del mundo, el tiburón ballena (Rhincodon typus). Se estima que la isla recibe cada semana alrededor de 6 mil visitantes, en promedio, y hasta 12 o 15 mil durante la temporada alta. Esta afluencia significa una derrama económica importante, principalmente para empresarios e inversionistas nacionales y extranjeros que desean seguir fomentando el turismo en Holbox. Justifican hacerlo para generar mejores condiciones de vida a los lugareños y pobladores de comunidades aledañas, como Chiquilá y Solferino, cuyas actividades económicas se relacionan, cada vez más, con el turismo.

La gran afluencia de visitantes también significa el incremento de la oferta y la demanda de servicios y productos, generalmente de baja calidad, a precios elevados para los pobladores locales. No obstante, la historia reciente de Holbox y de las comunidades vecinas demuestra que ni siquiera la prestación de servicios básicos está asegurada por falta de planeación del desarrollo sustentable.

Los problemas socio-ambientales actuales de Holbox y la región en general (escasez de agua potable, mal manejo de residuos sólidos, incendios recurrentes en el centro de transferencias, atención médica inadecuada, entre otros), se agudizan con la delicada e inestable relación existente entre los gobiernos local, municipal, estatal y federal. Al tener el mismo objetivo en común, el desarrollo económico regional, deberían llegar a acuerdos que beneficien a la colectividad, y no solo a unos cuantos, manteniendo a la par la integridad de los ecosistemas.

A la larga lista de problemas socio-ambientales, se agrega la falta de atención a garantizar la seguridad alimentaria. Casi nadie se pregunta por el origen y calidad de los alimentos que consume y, mucho menos, si la relación entre el costo de producción y precio de venta es justa. Los inversionistas se preocupan por el abasto de alimentos en hoteles y restaurantes de Holbox pero ¿quién está trabajando porque las familias tengan acceso a alimentos de la mejor calidad y a precios razonables?

De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (fao), la seguridad alimentaria es el derecho fundamental que tiene toda persona de poder acceder de manera física, social y económica a los alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que le permitan llevar una vida sana y activa. Esta definición sugiere una estrecha relación entre la seguridad alimentaria y el desarrollo económico, ya que al estar sanos, tanto física como mentalmente, la población económicamente activa sería más grande y se invertiría menos en la atención de enfermedades relacionadas con una mala nutrición, como diabetes, obesidad, cáncer, anemia, hipertensión, entre otras.

La seguridad alimentaria consta de tres elementos esenciales: a) disponibilidad de alimentos; b) el acceso a los mismos, y c) la estabilidad o sustentabilidad, entendida ésta como la garantía del primero y del segundo a lo largo del tiempo.

Las frutas y verduras son el grupo de alimentos cuya disponibilidad y acceso parece estar más restringido para la población de Holbox y pueblos vecinos. Es irónico que aun cuando en la zona se cuente con tierras fértiles para potenciar la agricultura, el abasto de frutas y verduras provenga de estados distantes, como Puebla y el estado de México, y cuyo traslado le resta frescura a los productos e incrementa el precio final. Los pequeños productores de la zona han demostrado que en estas tierras se puede cultivar tomate, maíz, chile de diferentes variedades, cítricos, frijol, calabaza, pepino, papaya, aguacate de la región, sandía y hortalizas como cilantro, rábano, perejil, cebollín, entre otras. No obstante, los productores no se encuentran organizados y no cuentan con un programa de producción escalonada que asegure la estabilidad en el abasto de alimentos a lo largo del año.

Quienes localmente se han atrevido a cultivar con sus propios recursos, enfrentan una serie de problemas por falta de financiamiento y planeación. Por principio, el productor debe asegurar el suministro de agua, recurso clave en todas las etapas de producción y que muchas veces requiere de la instalación de un sistema de riego. Además, debe contar con maquinaria, insumos y mano de obra suficiente para preparar el terreno y atender constantemente el cultivo.

Antes de iniciar la cosecha, el pequeño productor debe prever a quién le venderá sus productos y qué precios manejará. Es en esta etapa donde no debería complicarse la situación ya que se supone tenemos el mercado enfrente de nosotros, en este caso la isla de Holbox. Sin embargo, al no asegurar la estabilidad de la producción, los compradores prefieren no comprometerse con los productores locales y continuar adquiriendo sus productos con intermediarios a precios más altos. Esto es consecuencia de que el sector agrícola no esté preparado aún para magnificar la producción y abastecer un mercado en el que, desde la perspectiva de los inversionistas y el gobierno, el turista parece ser más importante que el poblador local.

Recientemente, una familia de Chiquilá tuvo la experiencia de cultivar y comercializar en la zona tomate de la variedad maya en media hectárea de terreno. El ciclo de producción duró siete meses a partir de diciembre del año pasado. En dicho mes se inició la etapa de preparación del suelo, instalación del sistema de riego, compra de insumos y siembra de la semilla en un pequeño invernadero rústico. Para enero se realizó el trasplante de unas diez mil plántulas de tomate del semillero al terreno previamente preparado. Luego se realizaron los cuidados básicos y rutinarios de la planta, como poda, abono y colocación de soportes.

A principios de abril se realizó el primer corte de los frutos y se vendía en la propia casa de los productores. Conforme aumentaba la producción se iba vendiendo a las tiendas de la comunidad; sin embargo, llegó un momento en que la producción ascendió a dos toneladas por corte, lo que orilló a venderle a los intermediarios, quienes únicamente pagaban el 50 por ciento del precio real por kilogramo en el mercado.

Para los siguientes cortes se decidió llevar la producción a isla Holbox y ofrecerla en los restaurantes, hoteles, tiendas y mercados. Ahí se dieron cuenta que algunos dueños de negocios de Holbox no se atreven a comprarle a los productores locales porque éstos no les aseguran una producción continua y porque desconfían de la calidad del producto. Afortunadamente hubo negocios que sí aceptaron comprar el producto porque les convencía y les convenía; fue con estas ventas que se lograron obtener mayores ganancias aunque el esfuerzo humano fue mayor con tal de minimizar los gastos de traslado y entrega del producto hasta las manos de los compradores.

El cultivo de media hectárea de tomate produjo alrededor de 18 toneladas en tres meses de cosecha, generó empleo para 15 personas y otras más cuando se requería de mayor velocidad en el corte de los frutos. Vale la pena mencionar que en términos generales la producción fue de buena calidad, la variedad de tomate maya se caracteriza por ser grande, resistente, rojo, jugoso y carnoso.

Asimismo, mientras disminuía la producción, iba aumentando el precio del kilogramo de tomate, hasta la fecha. Este ejercicio se convirtió en una valiosa experiencia para los productores, que en ocasiones anteriores habían intentado cultivar tomate en menor producción que no representaba dificultad para comercializar. Luego de esta experiencia, podemos asegurar que existe interés por desarrollar el sector agrícola.

Lamentablemente, la mayor limitante es la falta de financiamientos acorde a las condiciones locales que aseguren una mayor producción de buena calidad. Por otra parte, los pequeños productores carecen de asesoramiento en la etapa de comercialización para la búsqueda de un mercado que pague precios justos por sus productos sin tener que caer en manos de intermediarios. Éstos, ante la necesidad y desesperación del productor, terminan imponiendo sus propios precios.

Algunos compradores satisfechos con la calidad del producto comentaban que también les interesaba adquirir otros productos agrícolas, como limones, cilantro, rábano, chile, entre otros, y si era posible abastecer sus requerimientos de manera permanente.

Se obtuvieron frutos de excelente calidad al principio de la cosecha y conforme avanzaba fue decayendo aunque no dramáticamente.

Las comunidades de San Ángel, Solferino y Chiquilá tienen la capacidad de producir suficientes alimentos que garanticen la seguridad alimentaria de la población local mediante la implementación de una agricultura orgánica que ayude a la conservación del germoplasma nativo y limite la expansión de cultivos de origen transgénico.

Por último, coincidimos con Nuria Urquiza-Fernández (La seguridad alimentaria en México. Salud Pública de México, S92-S98) al concluir que es necesario un rediseño de política, estrategias tanto productivas como sociales y refuerzo a los mecanismos de gobernanza institucional para alcanzar la seguridad alimentaria.

Chica Antele
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