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Los pros y contras de los incendios forestales

Robert Nasi, Rona Dennis, Eik Meijaard, Grahame Applegate y Peter Moore

El fuego es un elemento esencial y natural en el funcionamiento de numerosos ecosistemas forestales. Los seres humanos lo utilizan desde hace miles de años como instrumento de ordenación de la tierra. El fuego es uno de los elementos naturales que ha influido en las comunidades vegetales a lo largo del tiempo y como proceso natural cumple una función importante para mantener la salud de determinados ecosistemas.

Sin embargo, en la última parte del siglo XX, la modificación de la dinámica establecida entre la actuación humana y los incendios y la mayor frecuencia del fenómeno El Niño han dado lugar a una situación en la que son una amenaza importante para muchos bosques y la diversidad que contienen. Los bosques pluviales tropicales y los bosques nubosos, en los que no suelen producirse grandes incendios, fueron devastados por incendios incontrolados durante los años ochenta y noventa.

Aunque se ha estudiado el impacto ecológico de los incendios en los ecosistemas forestales en los biomas boreal, templado y tropical, se ha prestado mucha menos atención a su impacto en la biodiversidad forestal, especialmente en los trópicos. Por ejemplo, de los 36 proyectos sobre incendios forestales que se llevaron a cabo entre 1983 y 1998 o que están en curso de ejecución en Indonesia, un país con una diversidad exuberante, solo uno abordaba específicamente los efectos sobre la biodiversidad.

Efectos de los incendios sobre el ecosistema

Los incendios forestales tienen muchas repercusiones sobre la diversidad biológica. A escala mundial, son fuente importante de emisión de carbono, contribuyendo al calentamiento mundial que podría modificar la biodiversidad. En los planos regional y local, modifican el volumen de biomasa, alteran el ciclo hidrológico con consecuencias sobre sistemas marinos como los arrecifes de coral, e influyen en el comportamiento de las especies vegetales y animales. El humo procedente de los incendios puede reducir notablemente la actividad fotosintética (Davies y Unam, 1999), y perjudicar la salud de los seres humanos y de los animales.

Uno de los efectos ecológicos más importantes de los incendios es la mayor probabilidad de que se produzcan nuevos episodios del mismo tipo en los años subsiguientes, al caer los árboles, lo que permite que la luz del sol reseque el bosque y produzca una acumulación de combustible con un aumento de especies susceptibles a los incendios, como las herbáceas inflamables. La consecuencia de los incendios repetidos es perjudicial porque es uno de los factores principales del empobrecimiento de la biodiversidad en los ecosistemas de los bosques pluviales. Los incendios pueden ser seguidos de la colonización e infestación de insectos que perturban el equilibrio ecológico.

La sustitución de zonas extensas de bosque por herbáceas inflamables es uno de los efectos ecológicos más negativos de los incendios sobre los bosques pluviales tropicales. Estos procesos ya se han observado en algunas zonas de Indonesia y de la Amazonia (Turvey, 1994; Cochrane et al., 1999; Nepstad, Moreira y Alencar, 1999). Lo que antes era un bosque denso siempre verde se convierte en uno pobre poblado por un número reducido de especies arbóreas resistentes al fuego y una cubierta de malezas (Cochrane et al., 1999).

En el norte de Queensland, en Australia, se ha observado que en los lugares en los que las prácticas aborígenes de utilización del fuego y los regímenes de incendios estaban controlados, la vegetación de los bosques pluviales comenzó a ser sustituida por sabanas arbóreas y herbáceas susceptibles a los incendios (Stocker, 1981).

Impactos de los incendios provocados y los naturales

Los incendios son poco frecuentes en la mayoría de los bosques pluviales inalterados formados por árboles de gran altura y en los que predomina una cubierta de copas cerrada, debido al microclima húmedo, la humedad del combustible, la escasa velocidad del viento y las elevadas precipitaciones. Sin embargo, los bosques pluviales pueden resultar más susceptibles a los incendios en los periodos de sequía intensa, como la que se experimenta durante los años en que se produce el fenómeno El Niño.

En bosques no adaptados al fuego, éste puede hacer desaparecer prácticamente todas las plántulas, brotes, lianas y árboles jóvenes, ya que no están protegidos por una corteza gruesa. El daño causado al banco de semillas, las plántulas y los brinzales obstaculiza la recuperación de las especies originales (Woods, 1989). El grado de recuperación y la necesidad de llevar a cabo intervenciones de rehabilitación dependen de la intensidad de los efectos del incendio (Schindele, Thoma y Panzer, 1989).

Los bosques tropicales también están sometidos a incendios causados por los seres humanos con el fin de talar árboles para practicar la agricultura. Los incendios causantes de deforestación, que son más comunes en los bosques alterados, pueden ser de intensidad variable y quemar árboles en pie, e incluso quemar completamente el bosque, dejando el suelo totalmente desnudo.

Existe la preocupación de que las cortas de salvamento (la extracción de madera muerta en bosques aprovechados que han sufrido un incendio intenso o en el bosque primario quemado) que se utilizó como instrumento de gestión y de financiación tras los incendios acaecidos en Indonesia 1997-1998, pueden afectar negativamente a la sucesión vegetal (van Nieuwstadt, Sheil y Kartawinata, 2001).

Aunque el fuego es una perturbación natural en los bosques boreales, que se regeneran fácilmente después, los frecuentes de gran intensidad pueden alterar este equilibrio. A causa de los incendios extremadamente violentos que se produjeron en 1998, más de 2 millones de hectáreas de bosque de la Federación de Rusia han perdido la mayor parte de sus principales funciones ecológicas para un periodo que oscilará entre 50 y 100 años (Shvidenko y Goldammer, 2001). Los incendios intensos han tenido efectos negativos importantes sobre la diversidad vegetal.

Son especialmente vulnerables las especies meridionales que se encuentran en el límite septentrional de su área de distribución geográfica. Por ejemplo, en Primorsky Kray (Federación de Rusia), los incendios de origen humano redujeron drásticamente las poblaciones de 60 especies de plantas vasculares, 10 de hongos, ocho de líquenes y seis de musgo durante los dos o tres últimos decenios (Shvidenko y Goldammer, 2001).

Los incendios, a menudo de gran intensidad, son el principal mecanismo perturbador natural en los bosques boreales. El periodo de repetición de los incendios (el intervalo medio de tiempo entre dos incendios en el mismo lugar de un ecosistema) varía considerablemente en los bosques naturales, desde solamente 40 años (en algunos ecosistemas de pino banksiano [Pinus banksiana] en la zona central del Canadá) hasta 300 años, en función del régimen climático (van Wagner, 1978).

En Suecia se estima que alrededor del uno por ciento de las tierras forestales ardían cada año antes de que se iniciara a finales del siglo XIX la supresión sistemática de los incendios (Zackrisson, 1977). La mayor parte de las coníferas y de los árboles de frondosas de hoja ancha boreales sufren una gran mortalidad incluso cuando los incendios son de baja intensidad debido a la estructura de la copa, la escasa humedad foliar y la delgadez de la corteza (Johnson, 1992).

Algunas especies de pinos de América del Norte (Pinus banksiana, P. resinosa, P. monticola) y de Europa (P. sylvestris) tienen una corteza más gruesa y, en general, una copa de mayor base y una mayor altura y los árboles maduros muy altos pueden sobrevivir a varios incendios. La alteración provocada por los incendios determinan modelos de sucesión que originan el mosaico de clases de edad y de comunidades.

En algunas partes del bosque existen refugios frente al fuego en lugares húmedos, a los que el fuego no llega a veces durante varios centenares de años. Esos refugios son esenciales para el ecosistema forestal de la región boreal porque muchas especies solo pueden sobrevivir en esos lugares, constituyendo una fuente de semillas para recolonizar las zonas quemadas (Ohlson et al., 1997).

Se estima que los incendios que se registraron en 1998 en la Federación de Rusia afectaron gravemente a los mamíferos y los peces. La mortalidad de las ardillas y las comadrejas, que se estudió después de los incendios, fue del 70 al 80 por ciento; la de los jabalíes del 15 al 25 por ciento y la de los roedores del 90 por ciento (Shvidenko y Goldammer, 2001).

Desaparición de hábitats, territorios y cobijo

La destrucción de árboles huecos en pie y de árboles muertos caídos tiene efectos negativos sobre la mayor parte de las especies de mamíferos (como los monos tarsius, los murciélagos y los lémures) y sobre las aves que anidan en las cavidades (Kinnaird y O’Brien, 1998). Los incendios provocan el desplazamiento de aves y mamíferos, lo cual puede alterar el equilibrio local y en última instancia la pérdida de vida silvestre, dado que los ejemplares desplazados no tienen lugar al que dirigirse.

Pérdida de alimentos

La de árboles frutales se traduce en una reducción del número de especies de aves y de animales que se alimentan de frutos; este efecto es particularmente acusado en los bosques tropicales. Algunos meses después de los incendios que ocurrieron en 1982-1983 en el parque nacional de Kutai, en Kalimantan oriental, disminuyó drásticamente el número de ejemplares de aves como el bucero, cuya alimentación depende de los frutos, y solo pervivieron en gran número las aves insectívoras como el pájaro carpintero, gracias a la abundancia de insectos xilófagos.

En los bosques quemados se reducen las poblaciones de mamíferos pequeños, aves y reptiles y también los carnívoros tienden a evitar las zonas quemadas. La disminución de la densidad de pequeños mamíferos como los roedores puede influir negativamente en el suministro de alimentos a los carnívoros de tamaño reducido.

Los incendios también destruyen la hojarasca y las comunidades de artrópodos que la habitan, limitando aun más la disponibilidad de alimentos para las especies de omnívoros y carnívoros (Kinnaird y O’Brien, 1998).

El fuego ha contribuido a reducir las poblaciones de lobos grises (Canis lupus) en Minnesota (Estados Unidos), al limitar sus presas, particularmente el castor (Castor canadiensis), el alce y el ciervo, especies dependientes del fuego que necesitan las comunidades vegetales que perviven después de incendios frecuentes (Kramp, Patton y Brady, 1983).

Robert Nasi1, Rona Dennis2, Eik Meijaard2,
Grahame Applegate1 y Peter Moore3
1Centro de Investigación Forestal Internacional (CIFOR), Bogor, Indonesia
2Consultores del CIFOR
3Coordina el Proyecto de lucha contra los incendios en Asia meridional, Bogor, Indonesia, del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)