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La figura del vampiro en la literatura

Marilinda Guerrero Valenzuela

Si bien la figura del vampiro ha sufrido una serie de metamorfosis, desde la figura de un demonio presente en distintas culturas del mundo, hasta llegar a ser la causa de pestes y muertes inexplicables en algunas partes de Europa. Conforme las sociedades han ido evolucionando en conocimiento, esta figura fue cambiando. Los países de Europa, como Inglaterra y Alemania, no consideraban al vampiro un ser de apariencia demoníaca, era un ser con apariencia humana que regresaba de la muerte a cobrar vidas de varias personas. Durante el Iluminismo (1715-1789), hubo un auge en las ciencias y las explicaciones a los eventos “sobrenaturales” eran pan de cada día.

La imagen del vampiro se ha ido configurando con base en las características que les atribuyen las leyendas populares y, con posterioridad, los textos literarios. La palidez extrema, la frialdad de la piel y la sed de sangre son los rasgos comunes que presentan vampiros de ambos sexos.

En 1748, Heinrich August Ossenfelder, escritor alemán, escribió el poema Der vampir (El vampiro) obra que se considera la primera que hace referencia a esta figura:

Y si te duermes dulcemente, de tus hermosas mejillas el líquido púrpura sorberé, entonces cuando estés asustada será cuando te bese y será el beso de un «Vampir»: cuando quedes temblando y entre mis fríos brazos como un muerto que se derrumba será entonces cuando te pregunte: ¿son mis lecciones mejores que las de tu buena madre?

En este poema, el protagonista, un hombre enamorado de una doncella que le niega su amor, la amenaza con convertirse en vampiro y llegar a beber su sangre.

Es en 1755 que Gerard van Swieten, médico de la emperatriz María Teresa de Austria, escribió un ensayo sobre la existencia de los fantasmas en el que explica por qué algunos cadáveres aparecían incorruptos y por qué el quejido espantoso al clavar una estaca en el pecho de estos, que no era otra cosa que una violenta emanación de gases. Gracias a este texto, la emperatriz dictó una ley donde se prohibía desenterrar cadáveres de supuestos vampiros, por ser esta una práctica irracional.

Aproximadamente en 1770, surgió el movimiento literario denominado Romanticismo, el cual fue una reacción al uso excesivo de la razón. Los seguidores de este movimiento retomaron las leyendas, mitos, aquellas sensaciones que la razón no podía explicar. El miedo, el horror, la tristeza. Después de muchos años de silencio, surge de nuevo en la oralidad popular, las historias de fantasmas, vampiros o muertos vivientes.

En 1773, Gottfried August Bürger publicó Lenore (Leonore o Leonora), poema que pertenece al género de baladas góticas del siglo XVIII. Aunque no habla de un vampiro, trata sobre el deseo de la protagonista porque su novio sea un espectro que vuelva de la tumba. Esta temática luego se vuelve un eco en posteriores publicaciones. Importante es mencionar que el verso Die Toten reiten schnell (Los muertos cabalgan de prisa), lo citó Bram Stoker en su novela Drácula, publicada en 1897.

Johann Wolfgang von Goethe publica en 1797 Die Braut von Korint (La novia de Corinto) que habla sobre la muerte, lo sobrenatural y el vampirismo. Es un largo poema, donde la protagonista es una «reviniente», que vuelve de la tumba para materializar su amor y su deseo, logrando saciar su pulsión erótica con la sangre que le ofrece el corazón del amado. Corinto logra una forma de vindicar lo que en vida le estuvo prohibido, ya que sus padres tenían la intención de encerrarla en un convento. Con todo, en la configuración de este personaje femenino se da cabida a una serie de elementos que, como «no muerta», caracterizan a la vampira: participa de la naturaleza de la difunta terrible y de la amante peligrosa, y, además, del vacío interior de la autómata y el misterio de una madre devoradora de lo que le fue negado en vida, al ser de religiones distintas. Aunque la novia de Corinto no es un vampiro, esta historia tendrá una influencia muy fuerte en los relatos de mujeres vampiro. La balada de Goethe es importante no solo porque dio forma y definición a las características propias del vampiro en una poderosa figura femenina, sino porque incorporó nuevos rasgos a los que posteriormente recurrirían otros autores para dotar a sus terribles personajes de este tipo de tristeza seductora tan habitual ya en el mundo de los no muertos.

En 1801, Robert Southey publica Thalaba the destroyer, historia considerada la primera aparición de una historia de vampiros en inglés. La historia es sobre un esposo que va a la tumba de su mujer, ve un resplandor o un espectro, le clava una lanza, un demonio sale y el espíritu de su esposa descansa. No hay referencia a la succión de sangre por parte del demonio, pero las escenas de combate serán un precedente en la literatura vampírica posterior.

En 1810, John Stagg publica The vampyre, un relato que por su argumento es antecesor inmediato al que se considera el primer estereotipo del vampiro. Se trata de un relato donde un espectro en forma de duende sale y bebe la sangre de un amigo, el cual palidece y se debilita. Su esposa lo ve morir y en ese momento puede ver al cadavérico duende con una lámpara. Los pobladores del lugar atraviesan ambos cadáveres con una lanza porque el muerto le había dicho a su esposa que regresaría por ella muy a su pesar. Cuando se descubre el cadáver del primer «vampiro» se descubre fresco y lozano. El autor comenta, a manera de introducción al poema, las numerosas explicaciones a estos fenómenos en historias de Hungría, evocando, sin mencionarlo, el caso en la tradición oral de Arnot Paole. El autor menciona la creencia de que los demonios se apoderan de cadáveres.

En 1816, Samuel Taylor Coleridge publica Christabel, primer poema de temática vampírica en lengua inglesa. Aunque quedó inconcluso, esta obra nos refiere la historia sobrenatural de una muchacha que habita en un castillo junto a su padre, que se encuentra sumido en el dolor por la muerte de su esposa. Una noche, en medio del bosque, Christabel encuentra a Geraldine, bellísima hechicera que la convence de que la lleve a dormir a su alcoba. La joven comienza a sentirse atraída por la extraña y, mientras comparten el lecho, tiene un sueño en el que se ve al pie de un viejo roble, vampirizada por una mujer con ojos de serpiente. Por la mañana, su padre conoce a Geraldine, en cuyo rostro cree descubrir a la hija perdida de un antiguo amigo, e irremediablemente se enamora de ella. Christabel, celosa de un amor que la excluye, ruega a su progenitor que eche a la intrusa, pero no lo consigue y acaba siendo despreciada. Este poema resulta ser la base de historias posteriores donde podremos encontrar tramas homoeróticas de vampirismo.

Marilinda Guerrero Valenzuela*
El huevo rojo
Correo-e: [email protected]

*Guatemala, 1980. Escritora, recolectora y contadora de historias, recuerdos y sonidos. Ha publicado varios libros de narrativa, poesía y literatura infantil y juvenil. Ha recibido numerosas distinciones nacionales y del extranjero. Es fundadora de la revista de ciencia ficción Exocerebros. Con su biblioteca móvil va a distintos parques con el fin de incentivar el hábito de la lectura.