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El Covid-19 y la conservación de la naturaleza: tareas locales y globales

Juan Humberto Urquiza García

Hace miles de años, nuestra especie comenzó a recorrer el planeta. En ese transitar nos acompañaron plantas, animales, virus y bacterias. Con ellos caminamos por tundras, estepas, selvas, bosques y desiertos; nos acompañaron cuando escalamos montañas, navegaron a nuestro lado bajo la guía de las estrellas y lo siguen haciendo hoy que usamos GPS.

Mientras más acelerábamos, mayor número de productos y personas circularon por el mundo. Así, los microorganismos fueron mutando en nuestros cuerpos, pueblos y ciudades. Hoy conviven con nosotros en escuelas, fábricas, granjas y campos de cultivo.

Con ellos llegamos a la era del Antropoceno y la gran aceleración y esta historia muchas veces olvidada, nos la recordó la actual pandemia provocada por el SARS-CoV-2.

En las últimas décadas, diversas voces en muchos rincones del mundo han estado discutiendo si nuestro planeta vive en una nueva era geológica: el Antropoceno o la era de los humanos, que a ciencia cierta nadie sabe cuándo inició.

El debate es tan amplio que ha permitido la concurrencia de distintas áreas del saber y experiencias políticas, lo que enriqueció de manera significativa las perspectivas que hoy tenemos sobre lo que unos consideran una nueva era geológica y otros una simple etapa por la que debemos transitar lo antes posible.

Después del año 2000, el concepto Antropoceno comenzó a popularizarse entre diversos sectores académicos y la opinión pública internacional. Esta historia inició en febrero de aquel año, en la ciudad de Cuernavaca, cuando el doctor Paul Crutzen, en una reunión del Comité Científico del Programa Internacional Geósfera-Biosfera, propuso considerar que la Tierra había entrado una nueva era geológica: el Antropoceno.

Meses después, el galardonado científico, en coautoría con Eugene Stoermer, publicó en el boletín de dicho organismo el artículo “El Antropoceno”. La voz de Crutzen fue tan influyente que la Comisión Internacional de Estratigrafía decidió conformar un grupo de expertos para estudiar la propuesta y en 2021 emitirán un fallo al respecto.

Hoy podemos decir que el concepto Antropoceno abandonó su nicho de origen y amplió su espectro transformándose en un concepto histórico, cultural y político.

Así, a las voces que se aventuraron a utilizarlo se les han sumado otras que, sin importar lo que se acuerde en 2021, están señalando una paradoja: a pesar de su amplitud, es un concepto limitado porque no da cuenta de diversas variables del funcionamiento del sistema económico y productivo que nos han llevado a la crisis socio-ecológica que vivimos.

Por tanto, sus críticos señalan que mejor deberíamos utilizar otros conceptos como Capitaloceno, Plantacioceno, Tecnoceno o Chthuluceno.

Los expertos de diversos campos dialogan bajo el paraguas del concepto Antropoceno. Y sin importar la mirada disciplinaria, hay un consenso sobre los límites que tiene la naturaleza para soportar nuestro ritmo de producción industrial y consumo masivo.

En lo que no hay acuerdo es en cuáles deben ser las medidas para enfrentar los problemas derivados del funcionamiento de nuestra economía global que es sumamente inequitativa. Tanto en la distribución de sus beneficios como en los impactos ambientales que provoca, porque son los más pobres los que asumen las peores consecuencias.

Los límites de la naturaleza se expresan en fenómenos globales como el cambio climático, la contaminación atmosférica, las alteraciones en la capa de ozono, la pérdida acelerada de biodiversidad, las variaciones del ciclo hidrológico, la acidificación de los océanos o los cambios en el uso del suelo. Y ahora, la emergencia de nuevas enfermedades globales como la Covid-19.

En este contexto, la conservación de la naturaleza, el uso racional de sus recursos y el respeto al territorio de los pueblos donde se encuentran los ecosistemas mejor conservados del planeta serán fundamentales para enfrentar los retos por venir.

En la historia humana, mientras las diferentes culturas iban entrando en contacto las enfermedades fueron circulando y globalizándose. Por las características del SARS-CoV-2 y por los niveles y escalas de las interconexiones humanas, podemos decir que es el primer virus de la gran aceleración pues nunca en nuestra historia una enfermedad se había extendido con tal velocidad por el planeta.

De forma vertiginosa la Covid-19 nos fue mostrando la fragilidad de los sistemas socioeconómicos de cada país al que ha llegado; el virus se colocó en nuestra mesa y nos reafirmó que bienestar social e individual están directamente relacionados con la salud de los ecosistemas.

Por estas razones, en este contexto tan difícil para la humanidad, debemos reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos como sociedad de cara al futuro. Pensando en qué queremos aportar al mundo y a las futuras generaciones para enfrentar los problemas relacionados con el deterioro ambiental.

Desde una perspectiva global, un aspecto que debemos resolver de manera urgente es la marginación en la que se encuentran millones de seres humanos. En México, por ejemplo, es fundamental resolver el problema de la pobreza y la desigualdad si queremos dirigirnos hacia modelos que tengan como objetivo conservar la naturaleza y generar menos impactos ambientales.

En nuestro país y en muchos otros de América Latina, los pueblos indígenas viven en la marginalidad y en la pobreza. Aunado a esto, en sus territorios hay importantes recursos naturales, lo cual ha llevado históricamente a distintos actores a desplazarlos o contaminar sus territorios.

Esto es de suma importancia para México pues, según los datos de la Conabio, es uno de mayor megadiversidad del planeta. Esto se debe a que nuestro territorio cumple con una serie de características entre las que destacan la relación entre historia evolutiva y diversidad cultural: una riqueza que debemos cuidar, porque en estos territorios es donde se encuentra el mayor tesoro natural del mundo.

La diversidad cultural, la biológica y el territorio han coevolucionado desde hace miles de años. Esta relación histórica ha generado millones de asociaciones socio-ecológicas que nos han beneficiado como sociedad contemporánea. Mas pese a las múltiples contribuciones que han hecho los pueblos indígenas al país, siguen viviendo una realidad que debería lastimarnos a todos. ¡Qué sería de nuestra alimentación si no contáramos con las especies vegetales que domesticaron y siguen enriqueciendo genéticamente!

Muchos científicos señalan al cambio climático global como uno de los mayores retos que enfrentará la sociedad contemporánea. Sin embargo, existen otros problemas igual de preocupantes, como la extinción masiva de fauna silvestre que, a diferencia de otros impactos humanos como la desforestación, no tienen la misma atención pública.

Esto es muy preocupante porque sin el concurso de los ciudadanos en la resolución de este tipo de problemas, la realidad no cambiará. Si mantenemos la ruta de la defaunación local, seguiremos extinguiendo millones de interacciones ecológicas de las cuales depende nuestro bienestar.

Las investigaciones realizadas por el doctor Rodolfo Dirzo demuestran cómo la defaunación en distintos países termina afectando la salud de otros ecosistemas. Esto se debe a la pérdida de asociaciones ecológicas, lo que a su vez facilita la reproducción de otros organismos. Como los ratones, que son un riesgo potencial debido a las enfermedades zoonóticas que estos mamíferos nos pueden transmitir.

Por estas razones, la conservación de la naturaleza debe asumirse como un problema de salud pública pues están directamente relacionadas; no olvidemos que la mayor diversidad de fauna silvestre en nuestro país cohabita los territorios indígenas.

En los últimos años, el concepto Antropoceno cobró gran relevancia para las ciencias ambientales y su influencia es muy importante. De manera paralela los estudios de historia ambiental lo incorporaron y ganó su propio nicho. Esto se debe a diversas razones, entre las que podemos destacar los trabajos académicos del doctor John R. McNeill para posicionarlo en nuestro campo de estudio.

Asimismo, los historiadores ambientales debemos reconocerle al doctor McNeill caracterizar el periodo de la gran aceleración, la etapa histórica en la que el ser humano adquirió el potencial necesario para alterar globalmente el funcionamiento de la naturaleza, lo que a su vez puso en riesgo a nuestra propia especie. Lo que durante siglos fueron cambios locales pausados, después de 1945 con las primeras pruebas nucleares, se transformaron en impactos globales acelerados.

Para verbalizarlo a manera de pregunta: ¿cómo el comercio y la venta de animales en un mercado de la ciudad de Wuhan llevó al mundo a vivir esta crisis sanitaria y de salud pública global?

Juan Humberto Urquiza García
Investigador de la Coordinación de Humanidades, UNAM
Correo-e: [email protected]