Miscelánea de atrocidades y mentiras, cortesía de Monsanto — ecologica
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Miscelánea de atrocidades y mentiras, cortesía de Monsanto

Monsanto, multada por mentir

En una resolución calificada de histórica por las implicaciones que tiene en la defensa de la salud y el medio ambiente, y por tratarse de una de las trasnacionales más poderosas e influyentes del mundo, la empresa estadounidense Monsanto fue multada a fines del 2009 por un tribunal de Francia por mentir en su publicidad, por hacer creer que lo negro es blanco y que uno de sus productos no hacía ningún daño. Se trata del Roundup (comercialmente se le conoce por glifosato), herbicida total, no selectivo, cuya acción se da a través de las hojas de las plantas.

Engañosamente, la trasnacional lo publicitaba como biodegradable, no contaminante de las áreas en que se aplica y por dejar el suelo limpio. Porque mintió, la trasnacional fue demandada judicialmente en 2001. Al ser declarada culpable, se inconformó con dicho fallo. Pero una resolución definitiva ratificó la sentencia inicial, dio la razón a los quejosos y acordó multar a Monsanto con 15 mil euros, cifra simbólica si se considera los haberes multimillonarios de la trasnacional.

Cabe agregar que en 1996 se acusó judicialmente a Monsanto ante el fiscal general del estado de Nueva York de transmitir publicidad falsa y engañosa de los productos derivados del glifosato. Este compuesto es un antiguo conocido en casi todo el mundo y su historial deja mucho que desear.

Desde hace más de 40 años, por ejemplo, el glifosato es objeto de controversias en Colombia, donde fue utilizado por lustros para combatir cultivos ilícitos. Pero se integró un frente conformado por científicos, organizaciones sociales, poblaciones y destacados políticos que se oponían a su uso por afectar la salud de las poblaciones, en especial las indígenas, y por sus efectos nocivos en la fauna y la flora. Hace cuatro años durante el mandato del presidente Juan Manuel Santos, se prohibió contrariando al gobierno estadounidense que lo tiene como arma fundamental contra los cultivos ilícitos. Ecuador sufrió igualmente esas fumigaciones y por eso elevó una demanda internacional.

Desde 1991, el glifosato fue declarado en Europa peligroso para el medio ambiente, en especial el acuático. Sin embargo, no ha desaparecido del todo. En cambio, se aplica extensamente en América Latina y en Estados Unidos para eliminar hierbas nocivas y combatir plagas. La agencia de protección ambiental de ese país lo considera levemente tóxico para exposiciones dermal, oral e inhalatoria, pero severo en cuanto a sus efectos en el sistema ocular. Muy distinto lo presentan estudios recientes en los que, por ejemplo, las formulaciones y productos metabólicos de Roundup pueden causar la muerte de embriones, placentas y células umbilicales humanas in vitro aun en bajas concentraciones. Investigaciones realizadas en Argentina por el científico Andrés Carrasco indican que el glifosato puede producir malformaciones neuronales, intestinales y cardiacas en los embriones humanos.

En amplia entrevista que concedió al diario argentino, el profesor Carrasco, quien pertenece al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de dicho país, ofreció pormenores de su investigación y denunció la campaña mediática de que ha sido víctima como parte de las acciones de Monsanto para defender su producto. Carrasco tiene el respaldo de las organizaciones de profesores.

En contraste, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria y los grandes agricultores que se benefician con la siembra masiva de soya en el campo argentino, estiman que el herbicida es tan inofensivo que casi hasta puede servirse de postre. Quizá por eso se utiliza para fumigar zonas urbanas y periurbanas, práctica denunciada ante la Suprema Corte de Justicia argentina por la Asociación de Abogados Ambientalistas, la cual exigió tomar medidas para proteger la salud de la población y el ambiente, en general de los efectos negativos que ocasiona el citado compuesto tóxico.

 

Un fallo histórico

Luego de muchos años de impunidad, el fallo que en agosto de 2012 dictó una corte Argentina es histórico. La justicia halló culpables a dos hombres por fumigar indebidamente con varios compuestos agroquímicos un campo de cultivo cercano a un pueblo. Las organizaciones ecologistas de ese país la calificaron como la primera condena en su tipo en América Latina y un importante precedente para el futuro de Argentina, donde el uso de sustancias que hacen daño a la salud y al medio ambiente se ha acrecentado enormemente con el boom agroexportador del cultivo de soya.

Estiman los ecologistas y los especialistas que la condena debió ser el inicio de una política de Estado que limite el uso de ciertos compuestos, como el glifosato, tóxico de moda en el agro de América Latina, y destacadamente en Argentina y Brasil. Tienen razón porque la condena a tres años de prisión fue exclusivamente para un productor agrícola y el piloto de una avioneta fumigadora que no respetaron la franja de resguardo al esparcir la sustancia tóxica en un sembradío contiguo a Ituzaingó, un pueblo de la provincia de Córdoba donde viven 5 mil habitantes. Y no lo fue por utilizar una sustancia que hace daño al ser humano y a la naturaleza. En casos semejantes, los culpables cometían una falta administrativa, pero ahora se consideró un delito que merece cárcel.

Los lugareños siempre dijeron que la mejor prueba de que los plaguicidas son un peligro es el número creciente de personas enfermas o que han fallecido de cáncer en Ituzaingó, desde que 12 años atrás comenzó el uso creciente y descuidado de tales compuestos. Lo venían denunciando desde 2002 sin que les hicieran caso.

Otro de los resultados de este juicio es que abrió a discusión pública los efectos nocivos de los agroquímicos en diversas partes de Argentina, donde estudios de investigadores en salud pública muestran que sí existen y son graves. Lo saben también las trasnacionales que los fabrican y tienen como política ocultar los resultados que obtienen en sus propios laboratorios.

Nada extraño porque para ellas primero están las ganancias, luego la salud pública y el cuidado del medio ambiente como se comprueba en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México. En todos ellos, y en otras partes del mundo, está probada la conexión entre agroquímicos y problemas de salud, y la actuación tibia (en ocasiones cómplice) de las instancias oficiales responsables de evitar que la gente enferme o que destruyan su medio ambiente.

Aunque la población y los grupos sociales que defienden la salud y el medio ambiente celebraron el fallo de la justicia argentina, no cantaron victoria. Fue una sentencia aislada que no detuvo de inmediato la forma como se utilizan los agroquímicos y el abuso que se hace de ellos pues la ley de ese país permite su uso. La lucha ahora se dirige a modificar la legislación, permisiva en extremo. Y lograr medidas más estrictas al aplicar dichas sustancias y sanciones más severas para los infractores. En Argentina, 12 millones de personas están directamente expuestas a los plaguicidas. Cada año se esparcen en los campos de cultivo 300 millones de litros.

 

Los engaños de Monsanto, la poderosa trasnacional

Como parte de la campaña para tratar de limpiar su mala imagen, los directivos de Monsanto, la mayor trasnacional de insumos agrícolas del mundo, suelen decir que obtienen mejores semillas y posibilidades para que los agricultores logren abundantes cosechas de alimentos y por ende mayores ingresos utilizando, además, menos plaguicidas, elaborados igualmente por dicha trasnacional. Esto lo señalaba Hugh Grant, presidente de la corporación, en 2008.

Su mensaje hizo parte de esa campaña, para mostrar los beneficios económicos que recibirán los campesinos que tienen poca tierra o son pobres, si utilizan el paquete tecnológico de Monsanto: semillas únicas y fórmulas químicas que aumentan la productividad y reducen los gastos en combatir las plagas y las “malas hierbas” que afectan a los cultivos.

La trasnacional hasta le pone cifras a ese avance técnico-científico: dentro de seis años, aseguró entonces, 5 millones de personas que menos tienen en el campo, alcanzarán una situación económica más favorable. Y por ende, en educación, salud y alimentación rural.

Guardadas las proporciones, se trata de reeditar el milagro que hace más de medio siglo haría la Revolución Verde: la solución de los problemas del hambre y la desigualdad entre los agricultores, especialmente los más pobres. Esa revolución fue muy importante y nació en México, pero requería para ser efectiva un paquete de insumos y condiciones: agua, semillas mejoradas, fertilizantes, plaguicidas, créditos oportunos y a bajo interés, vías de comercialización lo menos contaminadas por intermediarios, precio justo de las cosechas.

Nada de eso estuvo al alcance de la mayoría de los productores agrícolas. Fueron, nuevamente, los latifundistas y en ciertos países los propietarios de extensiones medianas, los principales favorecidos por dicha revolución.

Las cuentas alegres que suele divulgar Monsanto no se sostienen en la realidad. Como ocurrió con la Revolución Verde, quienes hoy producen y controlan los transgénicos tratan de convencer a la opinión pública y a los gobiernos que autorizan la siembra de sus semillas y los demás productos que fabrican, que con la nueva revolución se reducirá el hambre en el mundo.

La realidad muestra que no es cierto. Como ejemplo están Argentina y Brasil. En el primero de esos países, más de la mitad de la superficie cultivable se siembra con soya transgénica, sin que ello genere mayor bienestar entre los que trabajan y viven en el campo. En Brasil se talaron selvas centenarias, se incrementó el uso de químicos, se expulsó a campesinos de sus tierras donde plantaban semillas autóctonas, mientras el gobierno descuidaba garantizar la soberanía alimentaria por favorecer la agroexportación.

En ambos países, igual que en otras partes del mundo, millones de productores quedaron atados a un paquete tecnológico y un modelo agrícola destinado a la exportación de las cosechas, gobernado por el libre mercado, los intermediarios, los grandes propietarios de tierra y las trasnacionales que venden los insumos agropecuarios. Un círculo perverso que, además, impone el monocultivo en vez de la diversidad, con las desventajas que ello trae desde el punto de vista ambiental y alimenticio.

Un resultado del proceso de imponer el nuevo paquete tecnológico se relaciona con el precio de los insumos químicos que requiere: en vez de disminuir, aumenta. Aun durante la grave crisis económica de 2008. El resultado es que las utilidades de la trasnacional número uno del planeta se incrementan año con año.

No lo ha hecho de la misma manera la calidad de vida de los campesinos atados al modelo transgénico. Ellos ahora pagan más por los agroquímicos que utilizan a fin de garantizar buenas cosechas. Tampoco se ha reducido el precio de las semillas.

Queda entonces claro que los compromisos sociales de Monsanto y corporaciones afines no son precisamente “ayudar a mejorar el nivel de vida de los agricultores…” ni “…ayudar a cosechar más alimentos, a utilizar menos plaguicidas y a mejorar sus oportunidades económicas”, como expresó el presidente de la corporación.

Son todo lo contrario.

 

Monsanto es también noticia en México. No por el glifosato, usado virtualmente sin control, sino por un asunto más grave: intentar convertir el agro nacional en campo experimental para la siembra de maíz transgénico, a ciencia y paciencia de los funcionarios de las anteriores administraciones, más interesadas en complacer al gran capital que en cuidar un patrimonio de la humanidad


 

Evidencias tempranas sobre un negocio sucio

La lucha contra el glifosato y los transgénicos tiene ya una larga historia. Y protagonistas destacados en todo el mundo. Es el caso de GRAIN, pequeña organización internacional que trabaja apoyando a campesinos y movimientos sociales en sus luchas por lograr sistemas alimentarios, basados en la biodiversidad y controlados comunitariamente.

Ya en 2003 publicó el estudio de Walter A. Pengue en la revista Biodiversidad en torno al herbicida. No ha perdido actualidad y resume muy bien el problema, como el lector lo puede comprobar enseguida con el resumen de su extenso trabajo.

El glifosato, afirma Pengue, es un herbicida no selectivo cuyo inventor, la corporación Monsanto, patentó la marca Roundup. La empresa es propietaria de la semilla transgénica tolerante al herbicida, que representa el 77 por ciento del área mundial de cultivos genéticamente modificados. El glifosato se creó en los años sesenta, introduciéndose tiempo después en América Latina. Hoy día, su uso se ha incrementado en toda la región, convirtiéndose en la vedette del “paquete tecnológico”, impuesto por las corporaciones que da continuidad a la Revolución Verde.

Promocionado este herbicida como un importante paso para superar agroquímicos que eran altamente tóxicos para humanos y otros organismos no objetivos, las corporaciones que actualmente lo utilizan obtienen ganancias millonarias, no sólo por su aplicación en los cultivos transgénicos.

Sin embargo, comienzan a presentarse evidencias sobre sus efectos tóxicos en humanos, y flora y fauna silvestres, daños ambientales directos e indirectos, y aparición de resistencia en malezas que son su objetivo.

El desarrollo moderno de los grandes monocultivos extensivos y sus agroquímicos asociados, muestran que los principales promotores de este modelo son un puñado de corporaciones trasnacionales, que concentran un negocio supramillonario y a las cuales poco interesan las cuestiones de soberanía y seguridad alimentaria de las naciones, donde recurrentemente promueven sus productos y han asentado sus filiales.

El caso de la soya, es un ejemplo paradigmático incuestionable. En la etapa actual, el principal objetivo de las corporaciones, ya con la llegada de los nuevos transgénicos, es el hallar elementos asociativos entre sus productos más exitosos –como el herbicida glifosato, las sulfonilureas o las imidazolinonas– con aquellos cultivos también de mayor demanda mundial.

La soya es el principal responsable del crecimiento de la utilización de agroquímicos en la república Argentina. El cultivo demanda alrededor del 46 por ciento del total de esos compuestos utilizados por los agricultores, seguido por el maíz con el 10 por ciento, el girasol con otro 10 por ciento y el algodón con alrededor del 7 por ciento. El glifosato representa el 37 por ciento del total de herbicidas utilizados en la producción agrícola argentina y su importancia y consumo lo han convertido en un insumo estratégico para la producción, del mismo nivel de dependencia que el propio gasoil.

Si bien los estudios realizados sobre los impactos ambientales y a la salud provocados por el glifosato fueron desarrollados para un determinado nivel de utilización, lo que enfrentamos ahora es un cambio radical en las diferentes formas de consumo del herbicida, un cambio de patrón en el uso del mismo que incrementa los volúmenes, las condiciones y formas de aplicación, que indican un exceso muy marcado.

 

Efectos ambientales

Hasta épocas recientes, uno de los argumentos más frecuentes de las empresas de agrotóxicos se basa en que el glifosato viene siendo utilizado desde tiempo atrás y no había generado resistencia en ninguna maleza. Sin embargo, comienza a aparecer tolerancia en plantas al herbicida. El descubrimiento en Australia, de la maleza ryegrass anual, Lolium rigidum, tolerante al glifosato, es un importante llamado de atención que hace necesario que se exploren las estrategias de manejo de la resistencia, que serán importantes después de la adopción masiva de los cultivos resistentes a ese herbicida.

Igualmente, otros estudios realizados en Argentina, Malasia, Chile, Sudáfrica y Estados Unidos mostraron evidencias de resistencia al glifosato en cuanto al combate de malezas en cultivos de soya. En Estados Unidos Monsanto solicitó a la EPA (Environmental Protection Agency) el ajuste en las etiquetas de su producto Roundup, para agregar especiales instrucciones para los agricultores que deban tratar en áreas con malezas resistentes. El motivo: se reconocían los problemas de control de malezas pertenecientes a los géneros Xanthium y Lolium. Su compañía competidora, Syngenta, por otro lado, sugiere a sus clientes no aplicar el herbicida más de dos veces en cada periodo de dos años, y no sembrar cultivos resistentes al glifosato en el mismo potrero cada año.

En la Argentina, en un trabajo publicado por el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, Argentina) se informa sobre la sospecha de aparición de tolerancia en malezas a las dosis recomendadas de glifosato. Entre las malezas mencionadas se encuentran Parietaria debilis, Petunia axilaris, Verbena litoralis, Verbena bonariensis, Hyhanthus parviflorus, Iresine diffusa, Commelina erecta, Ipomoea sp.

La consecuencia ambiental es un aumento obligado en el consumo del herbicida en el corto plazo. Y cuando se manifiesta la aparición de resistencia, su reemplazo por otro agroquímico, continuando con el mismo ciclo de intensificación insumo-dependiente de la Revolución Verde.

Los efectos colaterales producidos en la aplicación del herbicida pueden ocasionar efectos totales o selectivos sobre la flora del ambiente involucrado. Si el banco de semillas fuera reducido por el efecto continuo del herbicida, es probable que se conformase una sucesión secundaria, con el avance de nuevas especies y comunidades vegetales. Es decir, una profunda transformación del ecosistema.

En términos ambientales, es dable inferir que por las altas concentraciones a los que se expone y expondrá a la vida silvestre habrá efectos directos o indirectos indeseables, que deberán ser reevaluados independiente y adecuadamente. Si muchas plantas silvestres son refugio, alimento o área de reproducción de insectos benéficos, su desaparición afectará sensiblemente los sistemas de control integrado de plagas y enfermedades que, con debilidad aún, sobreviven con una visión más holística para alcanzar un manejo racional de los recursos.

Respecto de los árboles, se tiene una especial preocupación sobre los efectos del glifosato y otros herbicidas que pueden afectar especialmente a las barreras rompevientos. En Estados Unidos se ha publicado que el glifosato reduce la rusticidad de los árboles en el invierno y además afecta su resistencia a enfermedades fúngicas.

El hecho que el glifosato se utilice en el control de cultivos ilegales de coca, amapola o marihuana puede generar altos impactos ambientales. Muchos de estos cultivos se desarrollan en áreas selváticas de elevada biodiversidad e inevitablemente afectar a especies no objetivo, cuya supervivencia puede verse seriamente en peligro. Asimismo, los insectos plagas que hasta ese momento se alimentan en la biodiversidad circundante, al verse destruidas sus fuentes de abastecimiento, probablemente puedan desplazarse hacia los cultivos, fortaleciendo de esta forma el ciclo agroquímico, al pretender controlarlos con insecticidas.

Los estudios disponibles hace 20 años demostraron que el glifosato es levemente tóxico para aves silvestres, como patos y codornices. Y para algunos anfibios, pero ellos también pueden verse afectados al destruirse sus fuentes de alimento con la consiguiente reducción de las mismas.

En el caso de peces e invertebrados acuáticos, estos son más sensibles al glifosato y sus formulaciones. Su toxicidad se incrementa con las temperaturas más altas del agua y el pH.

Varios autores sostienen que el uso de este herbicida puede conducir a la contaminación más prolongada del agua, así como daños en animales y microorganismos benéficos para el suelo.

Se ha encontrado que el glifosato puede inhibir la fijación anaeróbica de nitrógeno en microorganismos del suelo. También existen estudios que informan de una mayor permanencia del herbicida en los suelos.

 

Los efectos del glifosato en la salud

En varios países, este compuesto químico se encuentra entre los primeros plaguicidas que causan incidentes de envenenamiento en humanos. La mayoría de éstos han involucrado irritaciones dermales y oculares en trabajadores después de la exposición durante la mezcla, carga o aplicación.

También se han reportado náuseas y mareos después de la exposición, así como problemas respiratorios, aumento de la presión sanguínea y reacciones alérgicas. En el Reino Unido, el glifosato ha sido uno de los principales responsables por accidentes por toxicidad, de acuerdo a los registros del Panel para el Uso y Control de Incidentes con Herbicidas (PIAP). Los casos documentados se originan desde hace un cuarto de siglo. Por ejemplo, entre 1990 y 1995 se presentaron 33 demandas y se registraron 34 casos de intoxicación.

En California, el glifosato se encuentra entre los herbicidas más comúnmente reportados como causa de enfermedad o daños entre los trabajadores que manipulan herbicidas. Las presentaciones más comunes tienen relación con efectos oculares e irritación de la piel. Las autoridades norteamericanas recomiendan no reingresar por un periodo de 12 horas en aquellos sitios donde el herbicida haya sido aplicado en situaciones de control agrícola o industrial.

El doctor Jorge Kaczewer afirmó en 2002 que existen cuestionamientos sobre el potencial carcinogenético derivado del uso del herbicida, sus compuestos acompañantes y los productos detectados con técnicas más modernas durante su descomposición. La aparición de nuevos estudios independientes comienza a ampliar la información sobre los posibles efectos y relaciones entre algunos herbicidas y la aparición de ciertos tipos de cáncer.

En un trabajo publicado en el Journal of American Cancer Society por Hardell y Eriksson (1999) se revela la relación entre glifosato y linfoma no Hodgkin (LNH). Los investigadores sostienen –sobre la base de un estudio realizado entre 1987 y 1990 en Suecia– que la exposición al herbicida puede incrementar los riesgos de contraer esta enfermedad.

 

Otro dato negativo del glifosato en la salud

Se trata de la presencia de acrilamida en los alimentos cocidos y que tiene una relación causal con el glifosato. En un encuentro cerrado de un comité de la Organización mundial de la Salud (OMS) se examinaron los hallazgos de significativos niveles de acrilamida en vegetales cocidos. La acrilamida es una potente toxina nerviosa y puede afectar la salud reproductiva masculina, además de causar malformaciones congénitas en humanos y cáncer en animales.

La oficina de prensa de la OMS enfatizó que este hallazgo había causado gran sorpresa entre la comunidad y que el contaminante probablemente pudiera provenir de los alimentos cocinados. No se informó que la poliacrilamida también es un aditivo conocido en mezclas comerciales de herbicidas.