Mujeres del istmo, protagonistas en la defensa de sus territorios — ecologica
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Mujeres del istmo, protagonistas en la defensa de sus territorios

Bettina Cruz Velázquez y Nisaguie Abril Flores Cruz

Cuando se habla del istmo de Tehuantepec se suele pensar en la parte más exótica de los pueblos indígenas que lo habitan; ya sea porque se han generado mitos en torno a las matriarcas, a la comunidad muxe o a sus fiestas. Sin embargo, la región istmeña es más que eso; a través de los años ha sido el centro del interés de grandes capitales que pelean por tener el control de ese vasto territorio, debido a su ubicación geopolítica y a la abundante diversidad de bienes naturales que posee.

En el istmo habitamos comunidades originarias que hemos defendido históricamente nuestros territorios y donde las mujeres hemos participado de manera activa en esas defensas.

Algunas de las luchas que registra la historia son: la rebelión de Tehuantepec en 16601, cuando los pueblos originarios del istmo se sublevaron contra la dominación colonial; en esa lucha, varias mujeres fueron heroicas protagonistas: Lucía María, Francisca Cecilia, Magdalena María, la Minera, Gracia María, la Crespa; y que una vez recobrado el control por los españoles recibieron castigos excesivamente crueles2.

De acuerdo con Víctor de la Cruz, en 1715 los indígenas de Tehuantepec se rebelaron nuevamente; en esa ocasión una mujer conocida como la india Teresa y el Golaba, lideraron la rebelión.

Ya entrando al siglo XIX, en la batalla del 5 de septiembre, donde lo pueblos del istmo defendieron su territorio contra el ejército francés, la historia registra a varias mujeres en esta defensa. Como Petrona Esteva o Tona Taati, Rosalía y Simona Robles, Paulina Vásquez y María Tachu.

Otra de las mujeres más controvertidas en la región fue Juana Catalina Romero, mejor conocida como Juana Cata, descrita por Charles Brasseurs como una mujer “exótica y cautivadora”; Juana fue tachada de bruja por sus conocimientos en medicina tradicional y por la práctica de la espiritualidad indígena; se consideraba que su poder e influencia venía de su relación con Porfirio Díaz; Juana Cata se convirtió en una empresaria azucarera y aportó cuantiosas sumas a México durante le intervención francesa, además de fundar la primera escuela para mujeres en el istmo: la Congregación de las Josefinas.

Durante los siglos XX y XXI, las luchas por la defensa de los territorios indígenas en el istmo de Tehuantepec han continuado.

Actualmente, los intentos de despojo de territorio se realizan en nombre del “desarrollo y el empleo”. El discurso del “desarrollo”, empleado por los tres niveles de gobierno, independientemente del partido al que pertenezcan, nunca ha incluido la visión de los dueños ancestrales de este territorio.

Son ignorados: 1) la pluralidad étnica que impera en nuestra región; 2) el mantenimiento de nuestras estructuras comunales, que implican el respeto a la cultura y la perspectiva de vida local, desde las propias cosmovisiones de nuestros los pueblos, llámense binnizá, ikoots, angpon, ñu savi, chontal, y, 3) mucho menos se piensa en que, como pueblos seamos realmente beneficiados.

La disputa por el territorio en el istmo se observa en la persistente ambición del capital multinacional por apropiarse de los invaluables recursos de la región. Menciono algunos:

  • su ubicación estratégica para interconectar las economías del Atlántico y el Pacífico;
  • el fuerte viento, para producir energía eléctrica;
  • los caudales de agua que corren por los numerosos ríos que lo cruzan, hoy ambicionados para alimentar los centros urbanos y los 10 parques industriales que esperan construir;
  • los aún extensos bosques y selvas, que además de generar oxígeno (llamado por ellos, “secuestro de carbono”) encierran un enorme potencial biotecnológico y farmacéutico;
  • nuestros sagrados cerros donde pretenden explotar contaminantes minas, y extraer oro y plata para las reservas económicas de los países más poderosos del mundo. Igualmente otros minerales no metálicos, para suministrar a las nuevas tecnologías de comunicación.

La actual expropiación salvaje del territorio por las empresas multinacionales está promoviendo un neolatifundismo, legalizado por las notarías públicas. El fin: concretar –por la vía de la renta de los terrenos acaparados– la fase productiva del capital, en forma de energía eólica-eléctrica, autopistas y vías férreas para el pretendido canal multimodal seco que uniría el Golfo de México con el Pacífico, buscando el cruce de mercancías con mayor rapidez. A esto, muchos académicos le llaman neocolonialismo.

Desde el 2007, cuando Felipe Calderón inaugura el parque eólico La Venta II, en el municipio de Juchitán, se inicia la carrera en la instalación de parques eólicos en nuestros territorios. Hasta la fecha se han construido 29, con 2 mil 047 aerogeneradores gigantes, que producen 3 mil 152 MW/hora, todavía con la promesa “del desarrollo y empleo” pendiente para nuestros pueblos.

No obstante, lo que sí podemos observar es la serie de impactos dañinos que han ocasionado estas intervenciones empresariales en nuestras tierras, medio ambiente y vida; en nuestras tradiciones, espiritualidad y economía. Impactos negativos que se reflejan con mayor gravedad en la vida de las mujeres.

Con los megaproyectos eólicos hemos presenciado la grave deforestación que ha implicado la remoción del suelo y de la cubierta vegetal, al requerirse de una hectárea para la instalación de cada aerogenerador, donde colocan profundos cimientos y plataformas de maniobras.

Se agrega la amplia red de caminos de acceso a las líneas de aerogeneradores para su instalación, mantenimiento, vigilancia y tendidos eléctricos; la muerte de millones de murciélagos y de aves, con el desvío de las corrientes migratorias y zonas de anidamiento, afectando irremisiblemente las cadenas tróficas en estos ecosistemas.

A ello se suma la pérdida de biodiversidad en zonas frágiles de humedales y manglar y de ecosistemas agrícolas tradicionales, como la milpa y la selva baja y mediana caducifolia, zona de recolección y hábitat de la liebre del istmo y otras especies endémicas.

Asimismo, los parques eólicos están contaminando los suelos, vegetación, cauces superficiales y mantos freáticos, por la constante aspersión, fuga y derrames del aceite que requiere cada aerogenerador, sin que las empresas se hagan responsables de esos daños; en este aspecto, la BBC ha mencionado, que estudios publicados en la revista Nature Climate Change, plantean que las turbinas eólicas pueden incrementar la temperatura en las áreas donde se encuentran instalados parques eólicos.

En estas circunstancias, la participación de las mujeres indígenas en la defensa de su territorio ha sido decisiva, manifestándose en diferentes ámbitos, como son: la conservación y transmisión de los saberes; el cuidado de la biodiversidad; el mantenimiento y fortalecimiento del tejido social; la reproducción de la economía local; la soberanía alimentaria familiar y comunitaria, entre otros.

Por tal motivo, la salvaje intervención de las empresas multinacionales con sus megaproyectos ha impactado de manera diferenciada en nuestras vidas.

Con este tipo de megaproyectos,se ha observado claramente el desplazamiento de actividades económicas tradicionales, como la agricultura diversificada de autoconsumo, la ganadería y la pesca; ello, en la medida que los proyectos eólicos no discriminan sobre el tipo y calidad de las tierras ocupadas. La mayoría de esos parques están instalados sobre tierras de alta calidad productiva, donde regularmente ha existido pequeña ganadería; se siembra milpa y ajonjolí; se practica la pesca ribereña; se recolecta leña, frutos silvestres, palma y cacería de pequeñas especies.

Por lo que una de las consecuencias de estos proyectos “modernizadores”, es el desplazamiento del empleo de la mayor parte de mujeres, que históricamente se han dedicado a transformar y comercializar los productos que vienen del campo y del mar. Se afectan así las relaciones de intercambio social, económico y cultural que se nutren en este espacio.

La disminución de la milpa y el cambio del trabajo productivo agrícola o pesquero, al asalariado y de servicios, nos afecta como mujeres. Y en gran manera, pues disminuye nuestra independencia económica, centrando el sostenimiento del hogar en el salario del varón; sin contar otras implicaciones que las migraciones de hombres destinados a ser mano de obra barata, tiene sobre las comunidades. Sobre todo en el aumento de la prostitución y la violencia hacia las mujeres indígenas.

De acuerdo con un estudio realizado por Consorcio para el Diálogo Parlamentario, en el 2020, “…el mayor número de asesinatos de mujeres se ha concentrado en siete municipios de la región: Juchitán de Zaragoza con 22 casos; Salina Cruz, con 13; Ixtaltepec, siete; Unión Hidalgo, siete; Santo Domingo Tehuantepec, seis, y Chahuites, junto con San Juan Guichicovi, con cinco casos respectivamente”.

Cabe destacar que la mayor violencia se observa en los municipios con mayor poder económico, por la cantidad de empresas instaladas en sus territorios: Juchitán, Ixtaltepec y Unión Hidalgo. Las tres concentran la mayor parte de parques eólicos instalados.

Salina Cruz es considerada la zona industrial de la región; Chahuites la “capital del mango” y Tehuantepec como centro económico histórico en la región. Los graves efectos sobre el mercado local, también tienen consecuencias en nuestro tejido comunitario, más allá de lo monetario. El intercambio de productos y la comercialización local y regional es una de las formas más sólidas de generar lazos sociales comunitarios y colectivos entre vendedora y compradora.

Los megaproyectos eólicos, acompañados de procesos renovados de colonización económica y alimentaria, han transformado importantes elementos de nuestra forma de vida en su pretensión de volver la zona en una más cómoda para los empleados de altos cargos de las empresas. No pocos de ellos son extranjeros que llegaron a vivir a la ciudad. Como resultado, nos rodean grandes tiendas de autoservicio. Nos abastecen de alimentos de los que desconocemos su origen, la mayoría es comida chatarra. Mientras, los precios de viviendas y servicios se han incrementado.

Esto deteriora nuestro tejido comunitario, pues ni los propietarios de esas tiendas, ni sus empleados de alto rango participan en nuestras fiestas ni rituales. Ni se integran a nuestra comunidad; por lo tanto, el dinero que acumulan no se reintegra de ninguna forma a los ciclos de reciprocidad, propios de nuestro pueblo.

Las mujeres istmeñas controlamos el intercambio comercial regional con la venta en el mercado; además, tradicionalmente participamos en las decisiones que se toman internamente en el hogar. Para formar parte de una celebración o festividad, el hombre debe consultar necesariamente a su pareja y viceversa.

Aunque sí vivimos de varias formas violencias machistas –muchas de las cuales han sido incorporadas a nuestra forma de vida debido a los más de 500 años de colonización–, existen elementos propios de la organización colectiva de nuestras comunidades. Como las que tienen que ver con la participación y la toma de decisiones en las que nosotras formamos parte activa. Ello es ignorado y omitido a propósito por estas empresas.

Un ejemplo de ello ocurre en la firma de los contratos de arrendamiento de las tierras para los parque eólicos, en los cual se aisló por completo a las mujeres de la toma de decisiones, pues muy pocas tenían la condición de posesionarias. De ahí que las tareas de convencimiento se centraron en los hombres. Se denunció incluso el uso de edecanes para garantizar las firmas de los contratos.

Finalmente, frente a la pretendida amenaza del macroproyecto Corredor Interoceánico, podemos preguntarnos como pueblos y como mujeres indígenas: ¿qué nos trae en realidad este tipo de “desarrollo”?

1 “…por lo que el lunes santo 22 de marzo, los indígenas chontales de ese pueblo, los zapotecos de la provincia de Tehuantepec y seguramente también los huaves, zoques y mixes, se rebelaron contra el alcalde mayor don Juan de Avellán, matándolo con tres de sus criados, dos españoles y un negro…” De la Cruz, V; p.14.
2 “Contra Lucía María y Francisca Cecilia destierro perpetuo; y que a dicha Lucía María se le quite el cabello y se le corte una oreja y se le clave en un pilar de la horca. Contra Magdalena María, la Minera, que se le corte el cabello, se le den cien azotes públicamente y sea llevada a la horca donde se le corte una mano y se clave en dicha horca. Y a Gracia María, la Crespa, también se le corte una mano y clavada en un palo; además destierro perpetuo de la provincia de Tehuantepec” De la Cruz, V.; p.14.

 

Bibliografía

BBC Mundo, Los generadores de energía eólica pueden cambiar la temperatura https://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/05/120430_turbinas_temperatura_am#:~:text=Las%20turbinas%20e%C3%B3licas%20pueden%20afectar,seg%C3%BAn%20investigadores%20en%20Estados%20Unidos.&text=El%20aumento%20de%20temperatura%20puede,m%C3%A1s%20c%C3%A1lido%20hacia%20el%20suelo.l%20suelo.

Brasseur, Charles; Viaje por el istmo de Tehuantepec (1859-1860). Fondo de Cultura Económica. México 1984.

Consorcio Oaxaca, El Istmo alcanza el mayor índice de feminicidios y mujeres desaparecidas en Oaxaca, https://consorciooaxaca.org/el-istmo-alcanza-el-mayor-indice-de-feminicidios-y-mujeres-desaparecidas-en-oaxaca/

CONEVAL https://www.coneval.org.mx/coordinacion/entidades/Oaxaca/Paginas/pobreza_municipal2015.aspx

De La Cruz, Víctor; Rebeliones indígenas en el istmo de Tehuantepec, http://www.cuadernospoliticos.unam.mx/cuadernos/contenido/CP.38/CP38.6VictorDeLaCruz.pdf

Münch, Guido; La rebelión de Tehuantepec en 1660, https://revistas-filologicas.unam.mx/tlalocan/index.php/tl/article/view/70

Bettina Cruz Velázquez y Nisaguie Abril Flores Cruz
Indígenas binizaá
Integrantes activas de la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de la Tierra y el Territorio (APIDTT)