Economía circular: ¿la respuesta que buscamos o más de lo mismo? — ecologica
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Economía circular: ¿la respuesta que buscamos o más de lo mismo?

Magdalena Donoso

El ritmo de consumo insostenible de la sociedad moderna tiene su mayor expresión en los llamados países “desarrollados”. Por diversas razones, por mucho tiempo los tomadores de decisión en América Latina y el Caribe (ALC) apostaron por que los modelos de esos países resolverían nuestros desafíos como región.

Esa apuesta ha generado tensiones, pues en nuestras sociedades en realidad conviven visiones desarrollistas con otras más arraigadas a nuestras tradiciones. Aun así, el Panel Internacional de Recursos (IRP) advierte que los países de bajos ingresos requerirán cantidades cada vez mayores de materiales para alcanzar el mismo nivel de desarrollo que registran los de altos ingresos.

Esta demanda creciente de materiales seguramente generará conflictos locales. Como los que se observan en áreas donde la minería compite con la preservación de fuentes de agua, la agricultura con el desarrollo urbano, lo que genera crisis en torno a la soberanía alimentaria y la conservación de la biodiversidad.

¿Es nuestra aspiración seguir aumentando el promedio de consumo de materiales con el objetivo de alcanzar el nivel de consumo de los países ricos?

Según datos de la agencia del medio ambiente de las Naciones Unidas, hoy se producen en ALC 540 mil toneladas diarias de residuos sólidos domiciliarios. La proyección es que, para 2050, si continúa la tendencia actual, se llegará a las 671 mil toneladas. Hoy 40 millones de personas en la región no tienen siquiera un lugar seguro donde dejar sus residuos.

La urgencia de respuestas

En América Latina y el Caribe, pero también en el resto del mundo, se está en busca de urgentes respuestas, de nuevos caminos que corten estas tendencias de alto consumo. Porque en alguna parte de nuestro sentido común, todos nos damos cuenta de que algo tiene que cambiar ahora. Uno de los conceptos más difundidos en los últimos años en el marco de esa búsqueda es el de la economía circular.

Hasta el año 2020 se identificaron 196 iniciativas públicas referidas a temáticas de dicha economía en América Latina, dando cuenta de una gran cantidad de trabajo invertido por gobiernos e instituciones de todos los niveles; y aunque aparentemente se ha llegado a un piso común con conceptos comunes, la interpretación en torno a la economía circular puede ser ampliamente diversa y acomodarse a los intereses de prácticamente de cualquier sector industrial.

¿Estamos hablando de orientar recursos, conocimientos y políticas hacia el urgente cambio de modelo de producción y consumo que necesitamos, o estamos interpretando estos nuevos paradigmas al punto de que no se diferencien de los que supuestamente estamos intentando dejar atrás? ¿Es el alcance de este cambio que buscamos comprendido y considerado en todas las dimensiones y formas de relacionarnos entre nosotros y con nuestro entorno? ¿Es la economía circular un marco de acción que da el ancho para las transformaciones que buscamos?

Entre las definiciones para economía circular nos encontramos con posibilidades variables. Sin embargo, éstas coinciden en que es un sistema económico donde todo lo que producimos y consumimos puede regresar con seguridad a la naturaleza o la sociedad; incluyendo los residuos industriales y domésticos. Y rigiéndose por principios básicos como: eliminar residuos y contaminación desde el diseño, mantener productos y materiales en uso y regenerar sistemas naturales.

La verdad es que faltan piezas claves en este nuevo rompecabezas para convocar a todos quienes deben ser llamados a armarlo.

En primer lugar, el paradigma económico dominante es enorme en relación al alcance de la economía circular tal como se concibe hoy. Y en el contexto de un planeta en crisis climática con un modelo capitalista que no es sostenible. Una economía que no abandona la meta de crecimiento económico perpetuo, ¿qué tiene de circular?

En segundo lugar, en ALC podemos rescatar las experiencias comunitarias que, en conjunto y a partir de sus conocimientos ancestrales, locales e históricos, tienen mucho que aportar de manera fundamental e irremplazable a las nuevas miradas y aproximaciones que buscamos.

Ahora mismo no es suficiente trabajar en torno al concepto de economía circular. El último informe del Panel Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático (IPCC) fue crudo y real: ya no nos queda tiempo para advertencias ni medias tintas, la realidad del cambio climático se nos vino encima y estamos en el límite de un camino sin retorno.

¿Estamos en busca de un modelo que siga satisfaciendo, con algunos ajustes, las líneas de producción que garanticen un equilibrio general del mercado, o estamos en búsqueda del espacio justo y seguro que se encuentra entre el piso social y el techo ambiental del planeta? como sostiene Kate Raworth en su propuesta de la llamada “economía rosquilla”.

Al abordar el desafío de la economía circular, ¿estamos hablando de gestión y rediseño de los productos y residuos solamente, o estamos hablando de equidad, derechos humanos, derechos laborales y derechos de la naturaleza también?

La propuesta de Raworth da un salto más allá de la idea de la economía circular, y propone economías regenerativas y redistributivas que contienen, como una herramienta más, elementos de la economía circular que velarán por que la extracción, producción, distribución y desecho de materiales se realice bajo lógicas sostenibles, de equidad, de colaboración y descentralizadas.

Como señala Raworth en una entrevista reciente: para tener economías regenerativas debemos entender los límites planetarios. Y para tener economías redistributivas debemos entender a las comunidades y sus necesidades esenciales.

Raworth afirma que, entendiendo aquello, podremos entrar en los fundamentos de la economía y preguntarnos qué tipo de instituciones, qué balances, incentivos, regulaciones permitirán llegar a esos objetivos. Solo en ese marco, una economía circular tiene sentido y aporta de manera contundente.

Basura cero y economía circular

Basura cero es un enfoque para la gestión de los recursos que tiene como objetivo reducir lo que disponemos en vertederos e incineradores a cero, y reconstruir nuestras economías locales protegiendo la salud, la sostenibilidad y la justicia de la comunidad.

Sus principios se conectan con naturalidad con ciertos planteamientos de la economía circular, excepto: mientras que para reducir lo que entendemos por basura a cero debemos necesariamente reducir la cantidad de materiales que usamos. En cambio, para alcanzar una economía circular ¿está igualmente claro ese principio?

Asimismo, basura cero se concibe como tal, si va de la mano de conceptos como rediseño, participación comunitaria, prohibición de productos contaminantes o de un solo uso, rechazo a tecnologías contaminantes, centralizadoras y depredadoras de los recursos para dar lugar a la participación como forma de solución real y a largo plazo. ¿También la economía circular se conecta con estos principios?

No podemos ser inocentes: los cambios profundos llegarán para quedarse siempre que a nivel global avancemos en la misma línea, y por eso resulta más fundamental que nunca abrir espacios para alinear ideas y capacidades para el control ciudadano de las decisiones y de la transformación.

La idea de imitar a la naturaleza tiene muchas capas: si queremos una economía regenerativa, el bucle corporativo, que es concentrador por definición, no tiene lugar allí. Y ello porque la naturaleza es también por definición desconcentrada, colaborativa, diversa en cuanto a las herramientas que usa para mantener el sistema en equilibrio.

En la estrategia basura cero necesitamos muchos “ecosistemas” circulares funcionando, con rescate de los saberes comunitarios, y con una mayor capacidad de adaptación a los cambios.

Como señalamos antes, basura cero va más allá de la gestión de los materiales, y la dimensión de justicia y equidad son igualmente centrales. En ese marco, los recicladores y recicladoras (también llamados pepenadores y pepenadoras) están contemplados como un eje central. Y como señalan ellos, la responsabilidad extendida del productor (principio por medio del cual los productores mantienen un grado de responsabilidad por todos los impactos ambientales de sus productos a lo largo de su ciclo de vida) estará obligada moral, social, ambiental, económica y técnicamente a reconocer sus contribuciones históricas y actuales a la gestión de residuos y al reciclaje.

Se debe reconocer el papel fundamental que desempeña la recuperación de residuos para mantener a los recicladores y sus organizaciones en la supervivencia y la de sus familias, las cuales han existido bajo circunstancias extremas.

Este ejercicio de fuerzas, donde se reconoce la necesidad de regular determinadas actividades que impactan el ambiente, y que suma esa dimensión social y de justicia perfectamente explicada por los recicladores, es la forma en que tendremos que continuar discutiendo y explorando los cambios estructurales que buscamos en todos los escenarios.

Magdalena Donoso
Coordinadora Regional de la Alianza Global para Alternativas a la Incineración GAIA América Latina (Global Alliance for Incinerator Alternatives)
Correo-e: [email protected]