La naturaleza trastocada por un mundo cada vez más antropizado — ecologica
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La naturaleza trastocada por un mundo cada vez más antropizado

José Manuel Espinoza Rodríguez

Vivimos en un mundo cambiante donde justamente el cambio es lo continuo y en el cual coexistimos con aproximadamente 30 millones de especies que se convierten así en compañeros de viaje en el arca que transporta el único lote conocido de seres vivos: la Tierra.

Sin embargo, las necesidades básicas, los gastos suntuarios y una tecnología cada vez más agresiva que ha servido para cumplir los propósitos de las sociedades asentadas en todos los confines del planeta han favorecido el crecimiento de la población, incrementando la presión sobre los ecosistemas en donde habitan o habitaban nuestros compañeros de arca.

Si consideramos 20 mil años como el horizonte teórico de una interacción formal de nuestra especie con su entorno, podremos apreciar una transformación cada vez más acelerada de los ensambles biológicos, proporcional a la extinción de especies y como causa directa de dicho efecto.

Todo, como producto de la ruptura de las relaciones energéticas existentes entre las especies y el medio físico.

Ahora bien, es necesario entender que el enorme número de especies conspicuas y no conspicuas conforman una verdadera trama compleja, en la cual hay cambios continuos como producto de la dinámica y muchas veces aleatoria manifestación del clima. Este motor real de la biodiversidad favorece en mayor o menor medida la transformación de la energía solar en biomasa o paquetes energéticos de diverso tipo, como los hidrocarburos.

Estos cambios continuos, así como la competencia que se presenta dentro y fuera de los ensambles, se manifiestan en el surgimiento de nuevas variedades de seres vivos y de procesos de extinción que es la otra opción (la más común) en la renovación y actualización del stock de elementos biológicos dentro de los diferentes sistemas, de acuerdo con la escala en que se manifiestan: ecosistemas locales, biomas regionales, hasta la propia Gaia –el planeta vivo.

Bajo esta lógica, podemos entender que cuando ocurre un cambio drástico, como las cinco grandes revoluciones geológicas y la disrupción planetaria actual provocada por el ser humano (llamada convencional y cada vez más generalizadamente Antropoceno), se genera un caos donde cada elemento biológico que conforma los ensambles busca un nuevo reposicionamiento, obteniendo ventajas insospechadas y posibilidades de ocupación de nuevos espacios o funciones. O buscando sobrevivir o colapsar al desaparecer las condiciones mínimas para ello.

El juego de la vida se desarrolla de una manera cada vez más interesante a una escala pequeña con especies que no tienen tanto problema para adaptarse a cambios bruscos o con capacidad de modificar sus características para ello.

De esta manera, las especies menos complejas y con corto ciclo de vida –hongos, virus, bacterias– tienen más posibilidades de sobrevivir y formalizar nuevas interacciones, generando simbiosis o relaciones que se manifiestan en una coevolución de las especies. Sin embargo, requiere cierta estabilidad o tiempo para establecer una interacción neutral o positiva. De hecho, cada especie representa un conjunto de elementos celulares donde conviven diversos organismos.

A manera de ejemplo, el ser humano puede contener 40 por ciento de células bacterianas y hasta 15 por ciento de carga viral que probablemente cumplen una función en el metabolismo de nuestra especie.

La forma de avance sobre los diferentes ambientes (en cuanto a magnitud, irreversibilidad y escala) por parte del ser humano no tiene antecedentes y ha tenido manifestaciones en todos los niveles de la biodiversidad. Ello genera impacto en la supervivencia y en la estabilidad de ensambles de elementos de la biodiversidad que fueron extraídos de la vida silvestre con fines de domesticación. Favoreciéndolos pero transformándolos para beneficio del propio ser humano.

Con ello se generó una domesticación mutua y codependencia que requirió la eliminación de la cobertura vegetal original en casi todos los ambientes del mundo, favoreciendo el incremento de la población con una demanda energética exponencial pues el consumo se incrementó en cantidad y calidad, comprometiendo los recursos del planeta.

Una situación no considerada fue la respuesta de elementos biológicos tanto o más adaptativos que el ser humano, como virus, hongos, bacterias y la fauna y flora con ciclo de vida corto que logró generar nuevos ensambles (probablemente siendo eliminados algunos), convirtiéndose en reservorios y vectores de potenciales nuevas relaciones inevitables con las especies domesticadas y el propio ser humano.

La respuesta de este desequilibrio son las nuevas relaciones, normalmente zoonosis: enfermedades humanas provocadas por microorganismos presentes originalmente en otras especies de la fauna. Pero también las plantas son eventuales vectores o reservorios de impacto biótico al ser humano, que tenderían a incorporarse al microbioma de otras especies (particularmente las domésticas) a manera de simbiosis pues, ningún microorganismo busca necesariamente eliminar a su nuevo hospedero. Sin embargo, este proceso requiere necesariamente un periodo de tiempo durante el cual una proporción variable de individuos puede no adaptarse y ser eliminada.

Bajo esta lógica, resulta crucial entender la importancia del mantenimiento de las relaciones existentes de la biodiversidad en la naturaleza y que el ser humano ha alterado. Este impacto se manifiesta en la cantidad desproporcionada de la población humana y de sus elementos biológicos domesticados que requieren insumos de los ecosistemas naturales, que ocupan una superficie cada vez más exigua.

Por lo tanto se vuelve imperativo establecer estrategias y políticas de Estado orientadas no tanto a la recuperación de una originalidad que ya se fue, sino a favorecer condiciones menos agresivas. Por ejemplo, la creación de corredores biológicos y santuarios para la biodiversidad existente que mitiguen la fragmentación de los hábitats, lo que constituiría una ventaja para la sociedad pues facilitaría la existencia de reservorios de recursos biológicos y genéticos para las necesidades actuales y futuras de la población cuyo número, pero sobre todo sus patrones de consumo, deben atenuarse.

Por lo pronto, epidemias como las del Covid-19 y la influenza H1N1 se añaden a una lista cada vez más larga de elementos virales o bacterianos que solo responden al desequilibrio ecológico derivado por una desprotección de la cobertura vegetal original en todos los ecosistemas, en la erosión genética y en simplificación de los ensambles ecológicos (monocultivos). Todos ellos ofrecen una barrera muy frágil para la expansión de organismos o virus que encuentran nuevas especies con las cuales interactuar, prosperar y mutar. Ello inevitablemente se convierte en una carrera armamentista que difícilmente podremos ganar.

José Manuel Espinoza Rodríguez
Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Correo-e: [email protected]