La visibilidad crítica de la pandemia
Peter Krieger
La pandemia es un tema primordial de las ciencias y la política. Ambas esferas del poder producen y difunden imágenes como vehículos del pensamiento, oscilando entre instrucción y manipulación. El análisis de estas imágenes revela introspecciones inesperadas a la condición humana durante la pandemia.
Sin embargo, surge un problema de visibilidad: el SARS-CoV-2 afecta a los seres humanos, cuestiona sus valores, pero su núcleo científico solo es visible con el microscopio: un virus que se configura como una “corona”.
Es difícil imaginar que los vectores lanzados al aire con el estornudo contienen microestructuras capaces de transmitir la muerte. Tan abstracto es el proceso de la infección y su multiplicación pandémica. Por ello, surgen imágenes compensatorias que hacen entendible la actual crisis global y existencial, fotografías de las consecuencias de la pandemia, expresadas en estas (y otras) categorías visuales:
El uso del “tapabocas” y otros dispositivos, incluyendo el overol del laboratorio virológico, con su inevitable iconografía de la “necropolítica” (Achille Mbembe): ningún político que desee presentarse como confiable y responsable quiere ser fotografiado sin tapabocas, y si solo muestra una estampa religiosa como instrumento de protección se desautoriza su imagen en el esquema mediático masivo.
Al inicio de la pandemia, y en el país de su origen, el líder Xi Jinping apareció en la pantalla cubriendo su boca, escondiendo las políticas fallidas de sus funcionarios en Wuhan; Vladimir Putin, otro político con influencia mundial que quería minimizar el problema en Rusia, pidió a los fotógrafos de su corte una toma con overol amarillo en un laboratorio, como héroe en una película de ciencia ficción; mientras el presidente de Estados Unidos niega la dimensión de la pandemia –a pesar de las máximas cifras de infecciones en su país– y se deja retratar consecuentemente sin cubrebocas para no obstaculizar sus peroratas vulgares, ofensivas.
La lucha por la representación e interpretación visual de la pandemia también se expresa en esquemas racistas, en el rastreo agresivo de los chinos en Europa y Estados Unidos
–tema bastante conocido por la historia colonial-imperialista de fines del siglo XIX, cuando el poder político-económico de Occidente alertó contra el presunto “peligro amarillo”, un tópico con abundante iconografía que renace en tiempos actuales.
El empleo de técnicas de vigilancia policial usando imágenes infrarrojas y tecnología de reconocimiento facial inclusive con drones sobrevolando el espacio público, para reprimir la movilidad de los ciudadanos bajo condiciones de confinamiento con un espíritu totalitario.
La crisis del ejercicio religioso, como se manifiesta en la imagen melancólica del papa Francisco quien reza en soledad en la vacía plaza de San Pedro de Roma, meditando frente a la cruz de San Marcello y el icono de María Salus Populi Romani. Ambos con fines teológicos-operativos empleados desde el siglo XVI como medida espiritual contra epidemias.
Es un problema visible también en la Kaaba vacía de Meca donde en tiempos pre pandémicos se acumulaban 2.5 millones de peregrinos al año. Aún está visible en la imagen de los estadios de futbol sin público, lugares tradicionales del culto al deporte.
La urbe vacía, con sus avenidas abandonadas, frente a la densidad de las colonias populares donde brota el virus con mayor velocidad, indicio de la brutal segregación socio-espacial en México.
Los lugares de la caritas, los hospitales, con las bolsas de cadáveres acumuladas en la calle, y las fotografías de las filas de vehículos de transporte mortal frente a los crematorios humeantes.
En contraste con ello, los cielos azules sobre las megaciudades como la de México, en donde la reducción drástica del transporte vehicular y aéreo recuerda aquella noción olvidada de Carlos Fuentes de “la región más transparente”. También regresa la casi extinguida fauna urbana y brota abundante la flora en las grietas del asfalto.
Y, tristemente, también los registros satelitales de la selva tropical del Amazonas, en donde aumentó el grado de deforestación por 170 por ciento (en comparación al año anterior; según el WWF e Imazom) todo ello fomentado legalmente por un presidente irresponsable de la extrema derecha.
El análisis de estas tipologías visuales es tema de la “iconografía política” que investiga la construcción, distribución y el efecto de imágenes en procesos políticos (ambientales). En este caso, el de la “gran aceleración” en su fase pandémica. Producir, difundir y percibir imágenes, generando efectos emocionales colectivos es un asunto político.
Las investigaciones estéticas sobre el Antropoceno analizan, primero, las fórmulas visuales en que se expresa una crisis como esta pandemia.
Dentro de un marco histórico se hace evidente cómo las narraciones visuales de las epidemias fungen como entertainment o espectáculo apocalíptico. Es el caso de las pinturas y gráficas que representan la peste en Florencia durante el siglo XIV o las visualizaciones de la fiebre amarilla en las Américas, declarándose en Yucatán como xekik (vómito de sangre, en el Chilam Balam) en 1648.
Tan plurifacética representación visual, indexada y artística, perfila fórmulas visuales que la historia del arte analiza. En la actualidad, con la pandemia en aumento, brota un enorme material visual para estudios próximos sobre la estetización de la crisis y sus patrones visuales.
Segundo, se analiza la configuración mediática de las imágenes pandémicas, revelando su potencial retórico, discursivo: un motivo iconográfico despliega evidencia visual, aquel modo arcaico de la racionalidad, presente tanto en una imagen religiosa venerada como en una radiografía ósea.
La evidencia depende también de la pregnancia de la forma, para estimular la imaginación, la reflexión y la acción del público. Todas estas categorías de imágenes compensatorias de la pandemia contienen un potencial como agente político.
Y con ello, tercero, se manifiesta una visualidad operativa en la esfera de la política. La estética del peligro, del miedo genera un régimen visual que cataliza las emociones colectivas hacia un esquema de control.
La pandemia actual fomenta formas populistas y totalitarias de la política, pero ello requiere sustento en la producción de imágenes afectivas. Ese es tema de la “iconografía política”, basada en el pensamiento de Aby Warburg, quien, durante la Primera Guerra Mundial registró cómo se manifiesta visualmente una escalofriante irracionalidad colectiva a favor de la actividad bélica.
No faltan los discursos de los políticos que equiparan la pandemia actual con una nueva guerra mundial. Pero en muchos casos desvían la atención de los problemas autogenerados del ser humano y su sistema económico durante el Antropoceno.
He aquí la intervención de las investigaciones estéticas ambientales: ofrecer lecturas alternativas de las imágenes que se expanden en y con la pandemia; explicar cómo las iconografías políticas inherentes de muchos motivos sirven como instrumento de crítica.
Las imágenes no son entidades complacientes, sino medios de conflicto entre el conocimiento y la política.
Peter Krueger
Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
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