Una pregunta: ¿para qué sirve el arte en tiempos de pandemia? — ecologica
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Una pregunta: ¿para qué sirve el arte en tiempos de pandemia?

Abraham Cruzvillegas

En la escuela donde trabajo, recientemente surgieron algunas discusiones sobre asuntos pedagógicos que en el largo plazo habían sido omitidos u obviados, y que fueron rebasadas por asuntos más urgentes, al menos en términos administrativos.

Uno de ellos era el concepto de ‘evaluación’, que el periodo de confinamiento por la pandemia de coronavirus también encapsuló operativamente durante el fin de semestre y del año escolar.

Y, tratándose de una escuela de arte, más allá de las consecuencias del virus, incluyendo los efectos psicológicos y emocionales implícitos para todas las personas, la precarización de la vida estudiantil en el encierro y la extrema conciencia de un ‘no poder hacer nada’ pronto generó ansiedad en una pregunta que sigue resonando terriblemente en el mundo del arte: ¿para qué sirve el arte?

En el largo plazo, la mirada del arte occidental ha dejado ver una posible transformación del concepto mismo de naturaleza donde rara vez quien produce las representaciones de ella se considera parte de la misma.

Tal vez, en el tiempo, bucólica o idealizada, se consideraba una obra divina, propiedad de la iglesia o de la nobleza, en distintos momentos. Pero siempre llamándose paisaje, donde pasaban cosas, abstraída de sí misma, ocasionalmente sin tener un referente real, una observación directa de algo, llámese bosque, árbol, hoja, animal, lago, nube, piedra.

De la representación del paisaje hubo una acelerada transición hacia algo que pudiera llamarse la naturaleza. Quizás atravesada por los cambios políticos y económicos que trajo la Reforma y el pensamiento protestante y el surgimiento de entornos económicos diferentes del orden eclesiástico y de la realeza.

En algunos casos, la representación incluía personas con algún padecimiento, como en “La parábola de los ciegos” de Pieter Brueghel, El Viejo, ejemplo célebre de la pintura flamenca, en el que también hay elementos de la vida urbana de entonces: las casas, la iglesia, y la naturaleza es el lugar donde nos tropezamos.

El uso del plural de la primera persona no es casual: en otros casos, apelando a la humanidad en su conjunto, de una manera que se llamó “romántica”, cuando el artista se incluía en la obra era idealizada, dramática, grandilocuente, nunca trastabillando.

Si hubiera una forma de llamar a la relación del creador –o sea el artista, no Dios– con la naturaleza, la palabra sería ‘sublime’. El pintor y el escultor producían obras que tendrían que ser mensajes didácticos –antes y después–, ejemplares y normativos, ya fuera de mitos clásicos, religiosos o paganos.

El arte tenía una función donde la naturaleza o el paisaje eran metáforas o simples ambientes. O naturaleza muerta.

Solo hasta que la investigación de Alexander von Humboldt lo llevó a plantear la posibilidad de entender que –a través de una representación– en la naturaleza todo está conectado. Incluyendo a los seres humanos, a los artistas, sería también posible imaginar que no solo somos parte de los problemas sino también de las soluciones. Como detener la deforestación, simple y llanamente.

En el dibujo que Alexander von Humboldt hizo del Chimborazo se encuentran las claves, no necesariamente en aspectos formales del dibujo, sino en una conciencia que ahora pudiéramos llamar interdisciplinarias, hablando de isotermia, por ejemplo, en la invención de la infografía.

Actualmente, tal vez más allá de representar la naturaleza (y en la posible evolución del discurso naturalista del explorador alemán, hacia algo que incide en un campo que –al menos para las personas que desde el arte generan proyectos al respecto– debiera llamarse transdisciplinario, o incluso indisciplinario, como Maria Thereza Alves, Minerva Cuevas u Oscar Tuazon), pareciera urgente reconocer obras de arte que actúan directamente, o que posibilitarían la transformación del medio ambiente. Ya no de la naturaleza como algo ajeno, lejano o a contemplar, sino a lo que pertenecemos, de maneras constructivas, resilientes, para utilizar un término ad-hoc.

¿Para qué sirve el arte en el contexto del coronavirus? ¿Cómo podemos dar sentido a nuestro trabajo como artistas del Antropoceno? La puesta en duda de los paradigmas, como afirma Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas, en el contexto del cuestionamiento del discurso hegemónico, llámese académico o no, representa la experiencia de un periodo inestable, de duda y miedo; de desconfianza ante todo aquello que signifique cualquier ataque al consenso.

Tal vez éste sea el momento, que –como un gran reto, de magnitudes vistas excepcionalmente en situaciones análogas previas– signifique la oportunidad de cuestionar el engranaje y la estructura como los pensábamos en cuanto al vínculo entre arte y medio ambiente. ¿Cómo desarrollar ideas y avizorar perspectivas de cambio en un contexto ya de por sí precarizado para la producción cultural, sin ansiedad y sin angustia por la mera supervivencia?

Desde las escuelas de arte, los museos, las salas de conciertos, las editoriales, los rodajes cinematográficos, los ensayos coreográficos, las galerías, los espacios independientes, hemos generado formas, ideas, sensaciones, obras, que integran el ideario y la identidad de distintas épocas. Coherentes o no con su contexto y su tiempo, pero que en momentos como éste –que pareciera ser más demandante– apunta a que la pregunta que se hacen los jóvenes colegas del grupo con quienes trabajo en la escuela resuene más aguda, más grave, más sincopada, más compleja y contradictoria.

Antes del confinamiento intentábamos hacer un viaje a Oaxaca con mi grupo de alumnos financiado por la escuela, para dimensionar el trabajo de Francisco Toledo. No solamente como el gran artista que es, sino también como activista, interlocutor con las instituciones, creador de otras, de iniciativas generosas, educativas, lúdicas, ambientalistas y artísticas que van a perdurar –idealmente– por mucho tiempo. Un ejemplo es su defensa del maíz sin modificaciones genéticas. Otro, la creación del Jardín Etnobotánico del convento de Santo
Domingo.

Ya habrá oportunidad de retomar el viaje, y preguntarse de nuevo para qué sirve el arte y evaluar.

Abraham Cruzvillegas
Profesor de la École Nationale Supérieure de Beaux-Arts, París
Correo-e: [email protected]