Primera pandemia del Nuevo Mundo: la viruela de 1520 en México
Sandra Guevara
A lo largo de la historia, ciudades e imperios han surgido y se han destruido por la conjunción en el tiempo y espacio de factores sociopolíticos, ambientales y biológicos. De los últimos, las enfermedades han sido un factor clave para entender la historia de las sociedades humanas.
En el caso de México, varias son las ocasiones en las que se omite un evento patológico que mermó las fuerzas militares mexicas, y es considerado clave para la conquista de México-Tenochtitlán por parte de Hernán Cortés y sus tropas. El evento al que nos referimos es la epidemia de viruela ocurrida desde abril de 1520 hasta enero de 1521.
En este texto exponemos la historia de la primera pandemia que asoló a México, sus implicaciones sociopolíticas en la conquista de uno de los imperios más grandes en tierras americanas y la epidemiología moderna de la viruela.
Crónica del brote de viruela de 1520
Acorde a Fray Bartolomé de las Casas, en diciembre de 1518 o enero de 1519 apareció entre los indios de la isla de Santo Domingo una enfermedad que fue identificada como viruela. Pocos españoles fueron afectados, siendo los indios quienes más padecieron. Según informaron los españoles, exterminó entre un tercio y la mitad de la población indígena.
Según parece, la viruela viajó muy rápido de las Antillas a Yucatán. La epidemia surgió en Cozumel en 1520 al ser importada desde Cuba entre los mil indios que Pánfilo de Narváez embarcó en su viaje para apresar a Hernán Cortés por órdenes del gobernador Diego Velázquez.
Desde Cozumel, la flotilla desembarcó en Cempoala, cerca de Veracruz, en marzo de 1520, y fue entonces cuando aquellas tierras fueron severamente perjudicadas debido a la epidemia de viruela que había afectado a los indios.
Mientras tanto, Cortés fue al encuentro de Narváez, lo hizo prisionero junto algunos de sus hombres, y volvió a Tenochtitlán. Ahí, la tensión reinaba debido a la orden de Pedro de Alvarado de cometer la matanza de Tóxcatl en el Templo Mayor.
Pasaron varios meses hasta que la enfermedad se expresó en la población del área centro de México. Francisco de Aguilar señala que después de la Noche Triste del 30 de junio de 1520, mientras los españoles se refugiaban y recobraban fuerzas de su huida de Tenochtitlán en Tlaxcala “…Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios, y hubo una gran pestilencia en la ciudad…”.
Suárez de Peralta escribió en 1589 “…le sucedió a los indios una gran pestilencia… que fueron viruelas, que ninguno escapaba a quien daba…”. De acuerdo con Fray Bernardino de Sahagún, la epidemia inició en el mes de Tepeilhuitl (10 de septiembre de 1520), haciendo que las personas se cubrieran de pústulas o ronchas por todas partes.
El fraile igualmente comentó que muchas personas murieron, además de mencionar que los afectados “no podían caminar; solo yacían en sus lugares de descanso y lechos. No podían moverse; no podían menearse; no podían cambiar de posición ni yacer sobre un costado, ni boca abajo ni de espalda. Y si se movían gritaban mucho”.
La enfermedad tuvo una propagación rápida desde el 30 de septiembre al 19 de octubre, para terminar en la fiesta de Paquetzaliztli (el decimoquinto mes, entre el 9 y 28 de noviembre de 1520).
La epidemia duró 60 días en Tenochtitlán, para después esparcirse por otros pueblos del valle central. Empezó por Cuatlán y se fue hacia Chalco. Afectó a Texcoco y sus alrededores, extendiéndose primero a todas las poblaciones aledañas a la laguna, como Coatepec, Chicoloapan y Chimalhuacán y después por el resto del valle de México.
En Chalco, se consignó la muerte de los señores Itzcahuatzin y Necuametzin, como había sucedido con el recién entronizado Cuitláhuac, en México. Tlaxcala tampoco se vio libre y su cronista, Diego Muñoz Camargo, dice que “las quebradas y barrancos se henchían de cuerpos humanos”.
La viruela
El diagnóstico de la pestilencia fue hecho por los españoles pues era una enfermedad bien conocida para ellos. Precisamente, España había sido hasta entonces el depósito general de viruela o variola –vocablo latino que significa “marca en la piel”– para toda Europa.
Aunque su origen se establece en China y Japón, durante muchos siglos fue una enfermedad casi exclusiva del pueblo islámico, debido a la conquista árabe de la península ibérica y que duró ocho siglos. La enfermedad fue habitual en la zona.
Cada vez que la enfermedad se presentaba, atacaba principalmente a los adultos jóvenes, contrariamente a lo que pasa con otras enfermedades en las que quienes están en los dos polos de la vida, los niños y los viejos, son los más afectados. Esta característica, denota la falta de un reconocimiento inmunológico de la enfermedad. Es decir, de defensas, en la población adulta, prueba de que no existía antes entre ella.
Si bien para el contingente europeo era una enfermedad conocida, los nahuas tuvieron que nombrarla para así incluirla en su repertorio de enfermedades. El nombre que dieron fue hueyzahuatl, o la lepra grande, la de granos mayores.
Ya consumada la conquista de Tenochtitlán e instaurada la colonia de la Nueva España, los libros y los artículos médicos, al referirse a la enfermedad, insisten en la intensa fiebre, la aparición y la distribución de máculas, pápulas, vesículas y pústulas en la cara, los puños y las manos, los tobillos y los pies; las costras más o menos confluentes, la frecuente ceguera, y la postración extrema.
En las primeras epidemias de viruela predominaron las llamadas viruelas “grandes” o “gruesas”, correspondientes a la viruela confluente; la mortalidad se debió a esa “viruela negra” o “del Señor”, y a la fulminante hemorrágica. Cuando las pústulas eran en menor número y los enfermos sobrevivían, las viruelas fueron llamadas “de la Virgen”.
Esta clasificación guarda relación con la clasificación contemporánea de la viruela, producida por el virus variola. Ésta fue un gran problema de salud a nivel mundial hasta su erradicación global en 1979.
La transmisión del virus se producía de una persona a otra, sobre todo por medio de las gotas generadas en las mucosas oral, nasal y faríngea. La forma clínica se clasifica en dos: la viruela mayor y la menor. La primera es la forma grave y más común, además de incluir cuatro tipos, entre las que se encuentra la variante hemorrágica. La viruela menor, o segunda forma, es un tipo menos común y mucho menos grave.
Después de los sesenta días que duró la epidemia en Tenochtitlán, los españoles tuvieron tiempo para reforzar el ejército y regresar. Si la epidemia no hubiera existido, los mexicas podrían haber derrotado a los españoles y la vida de Cortés habría acabado bajo la hoja de obsidiana.
Evidentemente, la epidemia debilitó la resistencia de Tenochtitlán. Esta primera epidemia, o pandemia para algunos autores, no solo marcó la historia de México y su población, pues igualmente implicó la unión de los humanos por medio de las enfermedades hasta entonces conocidas. Pese al recuento que se ha mostrado, falta bastante por conocer sobre dicha epidemia.
Es momento de readentrarse a las fuentes novohispanas e indígenas del siglo XVI, para así darle voz a aquellos que observaron la primera pandemia de la temprana época moderna.
Para saber más:
Cook, Noble David (2005). La conquista biológica. Las enfermedades en el Nuevo Mundo. Madrid, España: Editorial Siglo XXI.
Florescano, Enrique y Elsa Malvido (comp.) (1982). Ensayos sobre la Historia de las Epidemias en México, Tomo I. Ciudad de México, México: IMSS.
Malvido, Elsa (2010). “Representaciones y textos de la primera pandemia de viruela en seis códices mexicanos”. Arqueología 45:195-211.
McCaa, Robert (1999). “¿Fue el siglo XVI una catástrofe demográfica para México? Una respuesta basada en la demografía histórica no cuantitativa”. Papeles de Población, 5(21): 223-239.
Sandra Guevara
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM