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Qué nos enseña la peste negra sobre las consecuencias económicas globales

Adrian R. Bell, Andrew Prescott y Hellen Lacey

Los temores por el contagio del nuevo coronavirus se han traducido en una desaceleración de la economía. Los mercados bursátiles se han visto afectados: el FTSE 100 de Reino Unido ha vivido sus peores días en muchos años, al igual que el Dow Jones y el Standard & Poor’s en Estados Unidos. Y como el dinero tiene que ir a alguna parte, el precio del oro –que es visto como un producto estable en eventos extremos– alcanzó un máximo de siete años.

Una mirada retrospectiva a la historia, sin embargo, puede ayudarnos a considerar los efectos económicos de las emergencias de salud pública y cómo manejarlos mejor. Aunque al hacerlo es importante recordar que las pandemias pasadas fueron mucho más mortales que el coronavirus, que tiene, hasta hoy, una tasa de mortalidad relativamente baja.

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Sin medicina moderna e instituciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS), las poblaciones pasadas eran más vulnerables. Se estima que la plaga de Justiniano en el año 541 mató a 25 millones de personas, y la gripe española en 1918 a cerca de 50 millones. Pero, por mucho, la peor tasa de mortalidad de la historia fue infligida por la peste negra. Paradójicamente, al reducirse la población mejoró la vida de los sobrevivientes.

Provocada por varias formas de peste, duró desde 1348 hasta 1350, y acabó con la vida de entre 75 millones y 200 millones de personas en todo el mundo y quizás con la mitad de la población de Inglaterra. Las consecuencias económicas también fueron profundas.

“Ira, antagonismo y creatividad”

Puede sonar contradictorio –y esto no debería minimizar la confusión psicológica y emocional causada por la peste negra– pero la mayoría de los sobrevivientes disfrutaron de un mejor nivel de vida. Antes de ella, Inglaterra había sufrido a causa de sobrepoblación severa. Pero, tras la pandemia, la escasez de mano de obra propició un aumento de los salarios de los trabajadores, ya que estos pudieron ofrecerse al mejor postor.

La dieta de los trabajadores también mejoró e incluyó más carne, pescado fresco, pan blanco y cerveza.

Aunque los propietarios tuvieron dificultades para encontrar inquilinos para sus tierras, los cambios en las formas de tenencia mejoraron los ingresos del patrimonio y redujeron sus demandas.

Pero el periodo posterior a la peste negra fue, según el historiador económico Christopher Dyer, un momento de “agitación, emoción, ira, antagonismo y creatividad”. La respuesta inmediata del gobierno fue tratar de contener la corriente de la economía de la oferta y la demanda.

Ésta fue la primera vez que un gobierno inglés intentó microgestionar la economía. La Ley del Estatuto de los Trabajadores fue aprobada en 1351 en un intento de fijar los salarios a niveles previos a la plaga y restringir la libertad de movimiento de los trabajadores.

Se introdujeron otras leyes que intentaban controlar el precio de los alimentos e incluso restringir qué mujeres podían utilizar telas costosas. Pero este intento de regular el mercado no funcionó.

La aplicación de la legislación laboral provocó evasión y protestas. A largo plazo, los salarios reales aumentaron a medida que el nivel de la población se estancó con brotes recurrentes de la peste.

Los propietarios también tuvieron que aceptar los cambios en el mercado de tierras como resultado de la pérdida de población. Hubo una migración a gran escala después de la peste negra, ya que la gente aprovechó para mudarse a mejores tierras o buscar oportunidades laborales en las ciudades. La mayoría de los propietarios se vieron obligados a hacer ofertas más atractivas para garantizar que los inquilinos cultivaran sus tierras.

Emergió una nueva clase media, casi siempre hombres. Éstas eran personas que no habían nacido en la nobleza terrateniente pero que pudieron obtener suficiente riqueza excedente para comprar parcelas de tierra. Investigaciones recientes han demostrado que la propiedad inmobiliaria se abrió a la especulación del mercado.

Revueltas

El cambio dramático en la población provocado por la peste negra también condujo a una explosión en la movilidad social. Después de que Ricardo II subiera los impuestos para recaudar dinero para continuar su campaña en el extranjero, los campesinos se alzaron en armas en 1381.

Los intentos del gobierno de restringir estos desarrollos generaron tensión y resentimiento.

Inglaterra seguía en guerra con Francia y requería grandes ejércitos para sus campañas en el extranjero. Esto exigía dinero, y en Inglaterra esto significó más impuestos para una población reducida. Al parlamento de un joven Ricardo II se le ocurrió la innovadora idea de aplicar impuestos punitivos en las recaudaciones en 1377, 1379 y 1380, lo que condujo directamente a disturbios sociales, a la revuelta de los campesinos de 1381.

Era la más grande jamás vista en Inglaterra y se produjo como consecuencia directa de los brotes recurrentes de peste y los intentos del gobierno de reforzar el control sobre la economía y perseguir sus ambiciones internacionales. Los rebeldes argumentaban que estaban severamente oprimidos, y que sus señores “los trataban como bestias”.

Lecciones

Si bien la plaga que causó la peste negra fue muy diferente al coronavirus que sigue hoy propagándose por el mundo, hay algunas lecciones importantes para el crecimiento económico futuro.

Primero, los gobiernos deben tener mucho cuidado para gestionar las consecuencias económicas: tratar de mantener el status quo en virtud de sus propios intereses puede dar lugar a disturbios y volatilidad política.

Segundo, restringir la libertad de movimiento puede generar una reacción violenta. ¿Hasta qué punto nuestra sociedad moderna y móvil aceptará por largo tiempo la cuarentena, incluso cuando sea por un bien mayor?

Además, no debemos subestimar la reacción psicológica instintiva. La peste negra vio un aumento en los ataques xenófobos y antisemitas. El miedo y la sospecha hacia los extranjeros cambiaron los patrones del intercambio comercial. De lo que no hay duda hoy es que habrá ganadores y perdedores económicos a medida que se vea todo el panorama de la actual emergencia de salud pública.

En el contexto de la peste negra, las élites intentaron afianzar su poder, pero el cambio demográfico a largo plazo obligó a hacer cambios en los beneficios de los trabajadores, tanto en términos de salarios y movilidad como en la apertura del mercado de tierras (la fuente principal de riqueza en ese entonces) a nuevos inversores. La disminución de la población también alentó la inmigración, aunque para tomar trabajos poco calificados o mal pagados.

Todas son lecciones que refuerzan la necesidad de respuestas medidas y cuidadosamente investigadas por los gobiernos actuales. Mas tal parece que no pocos de esos gobiernos se olvidan de hacerlo.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation

Adrian R. Bell
Escuela de negocios Henley, Universidad de Reading

Andrew Prescott
Humanidades digitales, Universidad de Glasgow

Hellen Lacey
Historia medieval de la Universidad de Oxford