El pensamiento educativo de Aldo Leopold, padre del conservacionismo — ecologica
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El pensamiento educativo de Aldo Leopold, padre del conservacionismo

Jorge Vaca Uribe

Aldo Leopold (1887-1948) es un referente indiscutible del conservacionismo mundial. Fue profesor universitario y gestor de un sinnúmero de proyectos ambientales, por lo que desarrolló una postura no solo derivada de su vida académica, sino también de la profesional y personal, en su cabaña de un condado arenoso en Wisconsin, Estados Unidos.

Reunimos aquí algunas de sus principales aseveraciones sobre educación ambiental pues consideramos que siguen vigentes, orientadoras y expresadas de una manera concisa.

En primer lugar nos aclara que “las leyes y políticas deben lidiar casi exclusivamente con acciones, porque los deseos y las habilidades son intangibles y no pueden ser definidas en la ley, ni creadas por ella.

Las acciones sin deseo o habilidad acaban probablemente por ser inútiles. [...] Esta limitación de las leyes y políticas de conservación es inherente e inevitable. [...] Si la educación puede crear esos deseos y habilidades es una pregunta abierta.”

Enfatiza pues la importancia de la educación y la ineficiencia inherente de las leyes, más en un país como México: legislar bien y de manera realista, prever los mecanismos para su cumplimiento y educar para comprender la racionalidad implícita en las leyes son aún tareas pendientes.

¿Con qué habilidades ha de tratar la educación ambiental?

Para él, lo principal es enseñar a todo ciudadano “a ver la Tierra, entender lo que ve y disfrutar lo que entiende” tomando en cuenta que “la Tierra consta de suelo, agua, plantas y animales, pero [que] la salud [de la Tierra] es más que la cantidad suficiente de estos componentes”.

“Es un estado de vigorosa autorrenovación de cada uno de ellos y de todos de manera colectiva. Ese funcionamiento colectivo de partes interdependientes para el mantenimiento de la totalidad es característico de un organismo. [...] En este sentido, la Tierra es un organismo, y la conservación se ocupa de su integridad funcional o salud.”

Ya esta formulación hoy se nos antoja suficientemente ambiciosa, pues supone lograr que toda persona vea la Tierra intencionalmente, para lo cual ha de pisarla, tocarla, usarla y quizá amarla.

Después, entender la infinidad de interrelaciones que se establecen entre todos sus componentes o incluso hacerse consciente de todo lo que aún hoy ignoramos sobre estas relaciones, tan solo debido a la escala temporal de la vida humana respecto del “trabajo interno de la Tierra”, que se desarrolla en años, lustros, siglos o eones.

Finalmente expresa el disfrute de esa comprensión, condición indispensable para generar una conexión con la Tierra, un respeto, un asombro por ese organismo vivo que requiere cuidado.

Sin ese disfrute es impensable que se desarrollen actitudes y valores que trasciendan el uso utilitario de la Tierra hacia un uso respetuoso, o bien superar la indiferencia: “Para el ciudadano promedio, la Tierra aún es algo para ser domesticado más que algo para ser entendido, amado y con quien vivir. [...] Los recursos siguen siendo vistos como entidades separadas, ciertamente como mercancías, más que como nuestros cohabitantes en la comunidad de la Tierra.”

Respecto de la importancia de la defensa de la biodiversidad, nos da la siguiente clave para expresarnos claramente en nuestros intentos educativos: “...el mecanismo de la Tierra es demasiado complejo para ser entendido, y probablemente siempre lo será”.

Estamos obligados a hacer la mejor apuesta que podamos a partir de la evidencia circunstancial. La evidencia circunstancial es que la estabilidad y la diversidad estuvieron asociadas por 20 mil años en la comunidad nativa y presumiblemente dependen mutuamente.

Ambas están en parte perdidas ahora, probablemente porque la comunidad original se ha perdido en parte y ha sido alterada en gran medida.

Presumiblemente, cuanto mayores sean las pérdidas y alteraciones, mayor será el riesgo de deficiencias y desorganizaciones. Esto nos conduce a la “regla de oro” que es la premisa básica de la conservación ecológica: la Tierra debería retener tanta membresía original como sea compatible con su uso humano.

La Tierra por supuesto tiene que ser modificada, pero lo debería ser “tan suavemente y tan poco como sea posible”.

Parece que es difícil expresarse con mayor claridad y concisión a todos: ciudadanos comunes que pueden vivir en ciudades o pueblos rurales, industriales, agricultores, políticos, maestros, niños…

Leopold también tenía muy claras las tensiones entre la economía y la conservación: “Lo que llamamos leyes de la economía es solo el impacto de nuestras cambiantes necesidades sobre la Tierra que las suministra. Cuando este impacto se vuelve destructivo por nuestra propia tenencia de la Tierra, como es notoriamente el caso hoy, entonces lo que hay que examinar es la validez de las necesidades mismas.”

Con esta breve formulación se señala la necesidad de incluir en un programa de educación ambiental el tema que hoy se expresa con términos tales como “antropoceno” o “capitaloceno”, “consumo” y un sinnúmero de temas cruciales vinculados con la “crisis civilizatoria” actual.

Mientras no estemos dispuestos a regular nuestras necesidades, a disminuirlas, seguiremos poniendo en riesgo la Tierra, dada la población humana actual y su estilo de vida.

No podemos dejar de lado esta importante observación en torno a la educación ecológica: “...la ecología es superior a la evolución como una ventana desde la cual ver el mundo”.

Es una observación aguda para los biólogos dedicados a la educación ambiental que desafortunadamente, por cuestiones de espacio, no podemos desarrollar.

Finalmente tenemos el tema de la ética de la Tierra, central en su obra:

“El obstáculo más serio que impide el desarrollo de una ética de la Tierra quizá sea el hecho de que nuestro sistema educativo y económico le ha vuelto la espalda a una genuina conciencia de la Tierra, en vez de encaminarse hacia ella”.

El hombre moderno está separado de la Tierra por muchos intermediarios y por innumerables artilugios. No tiene una relación vital con ella; es solo un espacio entre ciudades donde crecen las cosechas.

Llévale a pasear un día en plena naturaleza y, de no ser un campo de golf o una zona “pintoresca”, se aburre soberanamente. [...] Uno de los requisitos para la comprensión ecológica de la Tierra es un conocimiento de la ecología, y esto de ninguna manera corre parejo con la educación [...] El pivote que hay que mover para poner en marcha el proceso de evolución que conduciría a una ética de la Tierra es simplemente este: dejar de pensar que el uso adecuado de la Tierra es solo un problema económico.

Examinar cada cuestión en términos de lo que es correcto desde el punto de vista ético y estético, además de lo que conviene económicamente.

Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es incorrecto cuando tiende a otra cosa.”

Su obra póstuma, Un año en Sand County, se publicó en 1949. Sorprende y mete un poco de miedo saber que desde entonces se tenían esas y otras muchas certezas ecológicas y educativas.

Tratamos aquí con algunas claves de qué enseñar. Faltaría reflexionar sobre el cómo hacerlo.

Jorge Vaca Uribe
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