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Pobreza energética, una conversación obligada

Stephan Brodziak, Rebecca Berner y Cecilia Navarro

Ha corrido mucha tinta sobre la necesidad de impulsar una transición energética que nos permita reemplazar la obtenida a partir de los combustibles fósiles. Esa transición, si bien necesaria y urgente, no es suficiente por sí misma para construir el mundo que necesitamos: uno más justo, equitativo y viable para las presentes y las futuras generaciones.

Así, la narrativa de la transición hacia energías renovables queda incompleta si no se aborda a su vez el problema de la pobreza energética.

Si bien sustituir una fuente de energía fósil por una de energía renovable contribuye a la disminución de emisiones, ello no resuelve la necesidad que tenemos de evitar que la temperatura media global del planeta se incremente más allá de 1.5 °C.

Con el cumplimiento cabal de las políticas climáticas actuales, derivadas de los compromisos adquiridos por el Acuerdo de París (lo que ya incluye la actualización más exigente de varias contribuciones nacionalmente determinadas, que no es el caso de México), lo más probable es que alcancemos el escenario de incremento de 2.9 grados Celsius hacia finales de siglo. Y con riesgo de alcanzar hasta 3.9 °C y un mínimo de 2.1 °C de incremento de la temperatura media global.

La creencia de una mera sustitución de una energía por otra no cambia de raíz las causas que nos han empujado a la crisis climática que padecemos: la lógica del crecimiento económico y consumo infinitos en un mundo finito, y con una creciente desigualdad asociada.

Debemos encaminarnos hacia una transición energética justa dentro de los límites planetarios que genere mejores condiciones de vida para los grupos sociales más vulnerables, incluyendo el garantizar un acceso digno, de calidad, y asequible a la energía y a los bienes y servicios asociados a ella que otorgan un mínimo de bienestar. Esto resulta aun más apremiante dadas las desigualdades ya existentes, pero ahora agravadas por la pandemia del coronavirus.

Y en medio de un debate nacional histórico y permanente, con vaivenes y momentos de oportunismo e ignorancia política sobre las realidades de la pobreza en nuestro país, hasta hace muy poco se empezó a hablar de la realidad de la pobreza energética, lo que representa una brecha y un desafío más de la desigualdad en México.

Para enfrentar este reto es importante introducir y desmenuzar la p1obreza energética y elevar el debate público al respecto. Con este objetivo, El Poder del Consumidor, en alianza con la Fundación Heinrich Böll y especialistas en la materia, coordinó la edición de esta serie de textos que hoy compartimos en La Jornada Ecológica.

En primer lugar, Rigoberto García Ochoa define qué es la pobreza energética y a cuántos mexicanos y mexicanas afecta. La pobreza energética no se refiere únicamente a la falta de acceso a la energía eléctrica, sino también a la de acceso efectivo a los servicios energéticos que nos procuran un bienestar mínimo de forma asequible.

Con esta definición ampliada, millones de habitantes del país se encuentran en algún grado de pobreza energética.

Esta condición de pobreza energética se profundizó, en México y en el mundo, con la llegada de la pandemia por la Covid-19 e incluso, en ciertas condiciones, pudo incrementar los riesgos de contagio además de la exposición de las familias a mayor contaminación al interior de los hogares por energía insegura y otras problemáticas, explica en su artículo Jordi Cravioto.

Luca Ferrari nos habla de la crisis civilizatoria en la que nos encontramos por el agotamiento de los combustibles fósiles baratos y de fácil extracción, los límites de una transición energética que mantiene la lógica extractivista actual intacta y la profunda desigualdad social. Y de cómo, para revertirla, necesitamos poner en el centro de las decisiones a la gente y no las ganancias, implementar un conjunto de políticas de decrecimiento e impulsar la descentralización, la desglobalización y el consumo local.

Carlos Tornel ahonda en esta reflexión y explica por qué la transición energética no es la respuesta a esta crisis, pues las energías renovables no solo continúan dependiendo de los combustibles fósiles, sino que además mantienen el sistema económico actual, profundamente injusto y depredador, al depender de la extracción de minerales y la ocupación de los territorios comunitarios. Enfrentar la crisis climática y la pobreza energética pasa por aceptar que la era de la energía abundante basada en combustibles fósiles se acabó y hoy es necesario repensar seriamente para qué y para quién se produce y cómo se consume la energía.

Ana Lepure explica cómo resultan insuficientes los esfuerzos globales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de que disponemos de las tecnologías y conocimientos para hacerlo. Y llama a poner a las personas y su bienestar como el centro de la transición energética.

En América Latina, enfrentar la crisis climática va más allá de la tecnología y de las fuentes de las que proviene la energía; implica también tomar en cuenta sus costos sociales y ambientales, así como garantizar los derechos de las comunidades que habitan los territorios rurales en los que se suelen instalar los megaproyectos de generación de energía, generalmente a costa de los medios de subsistencia de los pobladores, e incluso de la criminalización por parte del Estado de las personas defensoras de los derechos humanos y activistas, explica en su artículo la Fundación Heinrich Böll.

Un ejemplo de cómo poner a las personas en el centro de la lucha contra el cambio climático son los hogares solares, una solución con sentido económico y técnicamente viable para aprovechar la energía solar y para impulsar esquemas más justos de producción de energía. Con un enorme potencial particularmente para las zonas urbanas, un hogar solar cambia el rol de un consumidor pasivo a un prosumidor que genera su propia energía. Sobre esta alternativa escriben Ilse Ávalos Vargas, Alejandro Blázquez García, Ricardo Rubén Cruz Salinas, Luisa Sierra Brozón y Daniel Chacón Anaya.

Verónica Vázquez García escribe sobre la importancia de la relación entre la energía y la igualdad de género, como otro campo de batalla para la autonomía efectiva de las mujeres.

Víctor Alvarado habla de otra forma de pobreza energética: la del transporte público obsoleto, contaminante, insuficiente y peligroso. Todo esto en un país en el que las familias en zonas urbanas, particularmente en las periferias, gastan mayor porcentaje de sus ingresos en el transporte que en la electricidad.

Adicionalmente, vemos y escuchamos la realidad de comunidades que enfrentan la pobreza energética con resiliencia. Sandra Rátiva Gaona y Eduardo Enrique Aguilar ponen la mirada en las comunidades rurales que se están organizando para producir su propia energía a partir de fuentes renovables y con esquemas justos de distribución.

Anaid Velasco y Gustavo Alanís escriben sobre cómo el litigio se ha vuelto una herramienta indispensable para las comunidades que defienden su territorio en casos relacionados con proyectos de energías renovables e hidroeléctricas que violan derechos humanos, ambientales y territoriales.

Para ahondar en las miradas regionales, Jacqueline Valenzuela Meza y José Alexis Toledo Cornejo analizan la particularidad del esquema de generación y distribución de energía en Baja California Sur, destacando las problemáticas actuales y las soluciones requeridas a nivel estatal. Al igual que para nuestras ciudades.

Una nota testimonial comparte la experiencia de familias campesinas indígenas en Chiapas que, con el apoyo de Agustín Vázquez y la organización Otros Mundos, deciden revalorizar los residuos orgánicos para convertirlos en energía, ahorros y fertilizante. Reducen con ello la carga de trabajo para la mujer y su exposición a contaminantes al eliminar la necesidad de usar leña en la cocina.

Y, por último, La Sandía Digital brinda una invitación a conocer más experiencias concretas de la construcción de autonomías energéticas en comunidades rurales en México y Guatemala. Las visibiliza en su documental La energía de los pueblos y nos comparte una poderosa fotogalería.

Cada uno de estos textos, y desde distintas facetas, nos acercan a la realidad de la pobreza energética y explora posibles caminos –en ocasiones, ejemplos que ya están sucediendo– para enfrentarla y revertirla.

Para El Poder del Consumidor, la Fundación Heinrich Böll y los articulistas invitados, abrir y nutrir la conversación sobre el tema es fundamental. Hacerlo desde este espacio, un privilegio, por lo que agradecemos a Iván Restrepo y al equipo de La Jornada Ecológica (la editora Laura Angulo y Estela Guevara Prado), la oportunidad de acercarnos a sus lectoras y lectores con este tema.

Stephan Brodziak, Rebecca Berner y Cecilia Navarro
El Poder del Consumidor
@elpoderdelc