Jóvenes y medio ambiente
Leticia Merino
Ellas y ellos no estaban aquí en esos años, a mediados de siglo pasado, cuando empezó la revolución verde que terminaría por erosionar los suelos y contaminar nuestros alimentos. Ellas y ellos no tuvieron nada que ver con la gran masificación del transporte privado y la expansión de las ciudades en torno al automóvil. Tampoco participaron en los experimentos genéticos para producir alimentos transgénicos orientados a incrementar las ganancias de las corporaciones agroalimentarias.
Igualmente, no son responsables de los grandes accidentes nucleares de las pasadas décadas: Three Mile Island, Chernobyl y Fukushima. Tampoco de la enorme adicción de las sociedades actuales a los combustibles fósiles que ha envenenado el aire, alteró el clima, y ha generado acidificación y muerte en los océanos.
Nada tienen que ver con la sobreexplotación de los ecosistemas marinos ni con el avance desmedido de las ciudades y la agroindustria sobre los ecosistemas forestales.
Muchas otras tragedias tampoco son su responsabilidad. Pero sí les tocará lidiar con las consecuencias de los numerosos procesos de destrucción que padece la vida en el planeta.
Las y los jóvenes de nuestro país suman 31.2 millones. Tienen entre 15 y 29 años*. Están creciendo en un mundo que no pensó en ellos, no se preocupó por dejarles agua limpia, justicia social, oxígeno, suelos sanos, ni bienes comunes.
Se desentendió de mantener la biodiversidad y de asegurar condiciones para una vida digna para todas las personas. Por el contrario, el mundo en el que se hacen adultos se empeña en transformar en mercancía desechable todo aquello que es indispensable para la vida.
Las generaciones de quienes hoy son jóvenes y niños, crecen recibiendo abundante información sobre la crisis climática, pero ven pocas acciones efectivas de las naciones y de las empresas para reducir sus emisiones contaminantes y mitigar los peores impactos.
Viven en un mundo en el que las corporaciones y las élites económicas someten a gobiernos, a los organismos internacionales, diseñan las regulaciones que los deberían regular; cooptan y socavan a los liderazgos que buscan cambios; corrompen a los tomadores de decisiones. Y avanzan, al parecer imparablemente, arrasando con los territorios indígenas, los fondos marinos, los minerales raros y todos aquellos espacios donde la vida y el conocimiento de los pueblos se preserva aún en el planeta.
Inevitablemente, quieran o no, las y los jóvenes de hoy tienen que dar prioridad a los temas ambientales. Tendrán que exigir y construir políticas públicas distintas; encontrar formas de acotar a los poderes corporativos; recuperar la importancia de los bienes comunes y el cuidado colectivo de los mismos.
Tendrán que establecer relaciones profundas, respetuosas y dignas, con quienes habitan y manejan los territorios rurales. Además, tomar medidas para evitar la concentración desmedida de la riqueza. Aprender a vivir en un mundo donde la energía ya no es abundante y barata.
¿Qué están haciendo hoy esos chavos y chavas? ¿Cómo viven? ¿Cómo se relacionan con su entorno? ¿Qué les preocupa? La más visible de las caras de los jóvenes en México y en todo el mundo es su lucha contra el cambio climático y sus impactos desiguales. Los vemos en las calles, en las convenciones internacionales, en los foros.
Pero su participación no se limita a este tema. Entre otras medidas, buscan también adoptar hábitos personales con menor impacto ambiental; les preocupa la forma en que se producen los alimentos y estar en contacto con las familias campesinas que los producen; privilegian el transporte en bicicleta, entre otros vientos de cambio.
En México, un país desigual y con oportunidades limitadas para las y los jóvenes, el acercamiento a los temas ambientales se da por muy distintos caminos. Hay quienes logran acceder a la educación universitaria y siguen la ruta de la profesionalización o la academia; otros cursan una carrera y regresan a su comunidad a trabajar y resolver problemas concretos. Los hay que desde los espacios rurales en los que crecieron se vinculan con los movimientos de defensa de la tierra y los bienes naturales.
Hay quienes desde el arte e incluso desde la función pública, dan la batalla por la Tierra. Cada historia es particular, cada historia tiene su porción de esperanza.
En este número de La Jornada Ecológica sobre juventudes y medio ambiente, la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad de la UNAM reúne una serie de textos en primera persona: intentamos dar voz a jóvenes de distintos estados, profesiones e intereses.
Coinciden en su edad y en su preocupación por la naturaleza y el ambiente y nos cuentan cómo los abordan, cómo los conciben, cómo se sienten y viven frente al enorme desafío que las generaciones previas les heredamos.
Alejandra Bladinieres Arcega, Bernardo Luis Mc Kelligan, Héctor Castillo Berthier, Isabel Ordaz Ávila, Ismael Arce Estrada, Itzel Bedolla Gaona, Janette Terrazas Islas, Leonor Solís, Lydya Lara Barragán Vite, María Ordaz, Miriam Daniela Niniz Rojas, Nicolás Álvarez Icaza Ramírez, Pedro Uriel Arce Olguín, Sofía Espinosa, gracias. Gracias por detenerse a escribir y reflexionar, gracias por su compromiso, gracias por inspirar e impulsar los cambios en diversos ámbitos, gracias por contarnos aquí un poco de lo que hacen, de lo piensan y sienten.
Concluyo este texto dando enormes gracias al equipo muy querido de La Jornada Ecológica: Iván, Laura, Estela. Por la confianza y por decir sí a nuestras propuestas.
*Datos obtenidos en: https://mexico.unfpa.org/es/topics/adolescencia-y-juventud.
Leticia Merino
Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad de la UNAM (CoUS)
Correo-e: [email protected]