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Introducción: El futuro envenenado: infantes expuestos a tóxicos letales en zonas urbanas

Leticia Merino y Cecilia Navarro

Hace dos meses, La Jornada Ecológica nos abrió sus puertas para hablar sobre la exposición de niños y niñas de las regiones rurales al extendido y descontrolado uso de agrotóxicos. Hoy regresamos a las páginas del suplemento para hablar de lo que sucede en los entornos urbanos y periurbanos.

¿Están las niñas y los niños más protegidos en términos ambientales si viven en ciudades, en zonas industriales o en regiones periféricas? Categóricamente, la respuesta es no.

Como cualquier adulto, niñas y niños de las regiones urbanas no sólo respiran aire de mala calidad, sino que también están expuestos a metales pesados y a humos tóxicos. Pero sucede que durante la niñez, los impactos son mayores y se enfrenta la posibilidad de afectaciones en el desarrollo neurológico y, por ende, en su capacidad de aprendizaje y comprensión, entre muchos otros riesgos que, en general, terminan por reducir sus posibilidades de bienestar y de realización personal a lo largo de su vida.

Como sucede con los entornos rurales, la exposición continua a contaminantes y tóxicos en las regiones urbanas se ha mantenido por décadas completamente invisibilizada. Quienes la monitorean lo hacen por compromiso personal y profesional. Pero su espacio para revertir las situaciones de exposición de niños y niñas a sustancias tóxicas es sumamente limitada.

¿De qué tipo de contaminantes hablamos? En primer término, de los metales pesados como el plomo, el cadmio y el mercurio, que se utilizan en la industria electrónica y que familias de “recicladores” inhalan al intentar recuperar ciertos materiales de los aparatos que se desechan.

De la exposición a metano (malamente llamado gas natural) en las zonas donde se extraen hidrocarburos; de sustancias tóxicas como el arsénico, metales pesados, compuestos volátiles y orgánicos persistentes, que afectan a los habitantes de la región de El Salto, en Jalisco.

De herbicidas que afectan a niños y niñas desde antes de nacer, por la exposición de las madres embarazadas.

Y continuamos: de monóxido de carbono, de material particulado menor a 2.5 y 10 micrómetros, dióxido de nitrógeno, dióxido de sulfuro, metales pesados, dióxido de carbono, hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), bifenilos policlorados, entre otros, que los niños y niñas inhalan en los pequeños talleres familiares en los que se fabrican ladrillos. De los contaminantes asociados a zonas industriales y empresas mineras, entre muchos más.

¿Cómo lograr que frente a los daños que causa la exposición a estos compuestos se responda con políticas públicas efectivas que permitan eliminar las fuentes de estos problemas? ¿Cómo capitalizar el extraordinario esfuerzo de especialistas médicos y toxicólogos de todo el país que se comprometen con sus pacientes y vigilan la evolución de los padecimientos asociados a estos contaminantes?

Felizmente, en la preparación de este suplemento, nos encontramos con el Observatorio Nacional de Cancerígenos Ambientales, que con mucha claridad plantea la necesidad de vincular el ambiente y la salud. Es decir, crear “un puente de comunicación entre la ciencia de datos, la toxicología, la epidemiologia ambiental, el análisis espacial, la mortalidad y morbilidad” que se presentan en los entornos tóxicos.

Vincular los impactos en la salud con las causas de origen de esas afectaciones es sin duda un paso en una dirección correcta para posibilitar una toma de decisiones que priorice los derechos y proteja la salud, empezando por la salud de niñas y niños.

Este suplemento, planeado por la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad de la UNAM, busca dar el primer paso para visibilizar este vínculo necesario y para llamar a instituciones de salud, universitarias y de gobierno a asumir como prioridad la protección de la infancia de México.

Muchas gracias al equipo de La Jornada Ecológica. A Iván Restrepo, Laura Angulo y Estela Guevara, por la generosidad y por decirnos, como en ocasiones anteriores, que sí.

Leticia Merino y Cecilia Navarro
Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad, Universidad Nacional Autónoma de México