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El ciclón de 1959 que destruyó el puerto de Manzanillo, Colima

Víctor Manuel Martínez

El 27 de octubre de 1959 quedó grabado a sangre y fuego en la memoria de todos los manzanillenses, así como de los pobladores de toda la región occidental del país, fatídica fecha de nuestra historia de la que se cumplen 64 años. Aun los que en aquella época todavía no habíamos nacido, crecimos viendo las fotografías del desastre y escuchando los relatos desgarradores de los sobrevivientes, a veces salpicados de lágrimas, por sus familiares y amistades desaparecidos en aquel trágico azote de la naturaleza. A sangre y fuego quedó grabada para siempre su paso furtivo y mortal.

Sin nombre, pero no quedó en el anonimato

Algunos dicen que se llamó Ariel y otros que Linda; la verdad es que oficialmente no tuvo nombre, y quedó registrado como Ciclón México 1959, nada más; aunque, quién sabe por qué razón, desde un primer momento los radioaficionados y luego los periodistas y sobrevivientes se empezaron a referir a él como Linda, de manera que ese es el nombre con el que mayoritariamente se le recuerda. Se decía que esto era algo pícaro, porque significaba: “Linda friega la que nos pegó”. Lo cierto es que, si nos atenemos a que fue el ciclón decimoquinto de aquel año, entonces le tocaría un nombre con la letra O, de acuerdo al sistema con el que se les nombra actualmente.

Las cifras de muertes que se manejan por su causa son de más de mil, y algunos suben la cuenta hasta rondar los dos mil o tres mil. La verdad es que hubo muchos cuerpos sepultados por toneladas de lodo y rocas que nunca pudieron identificarse o contarse, ya que, por el temor de que hubiera epidemias ante tanto cadáver en descomposición, se optó por sepultar a los muertos en la fosa común a marchas forzadas, perdiéndose la noción del número de cuerpos enterrados, según consignara don Ismael Huerta Álvarez, quien por aquellos entonces era el administrador del panteón municipal.

Sobrepasó todas las categorías contempladas

Es el huracán más mortal registrado en la historia del Pacífico mexicano, y a pesar de que entonces los registros no eran tan precisos, porque aún no se contaba con satélites, se sabe que era categoría 5 plus; es decir, muy por arriba del límite máximo que normalmente alcanzan estos fenómenos atmosféricos en cuanto a su potencia. En otras palabras, si hubiera una categoría 6, fácilmente la hubiera alcanzado. En la temporada 1959 fue el decimoquinto ciclón en aparecer. Tan deficiente era el seguimiento de ciclones en aquellos años, que cuando se le detectó, el 23 de octubre, ya era categoría 1 en la escala Saffir-Simpson, por lo que es de suponerse que ya tenía varios días de vida.

Marcando un antes y un después

Precisamente en 1959 fue el año en que se empezaron a hacer observaciones meteorológicas en nuestro país, así es que difícilmente pudiera habérsele dado un seguimiento exacto como los que actualmente se hacen. Para el día 25, alcanzó la categoría 4, aunque, como es común, seguía una ruta oeste noroeste, que lo mantenía caminando paralelo a la costa nacional, y hasta abriéndose un poquito, como para irse hacia el archipiélago de Revillagigedo; pero al otro día, intempestivamente viró hacia el este, dirigiéndose hacia tierra de manera directa, alcanzando la categoría 5 justo antes de entrar a tierra en Manzanillo el fatídico 27 de octubre. Para entonces se sabe que alcanzaba más de 300 kilómetros por hora; pero en momentos había rachas de viento muy superiores.

El nacimiento de un nuevo Manzanillo

Aparte de todo esto, el monstruo traía mucha lluvia consigo, embistiendo el puerto de Manzanillo cargado de agua y girando sus bandas a máxima velocidad. Por haber girado hacia el este bruscamente, muchas personas en Manzanillo afirmaban que el ciclón ya había pasado, y se regresó; pero no, fue un cambio brusco de dirección el que sorprendió a nuestra ciudad.

Ese día se acabó el Manzanillo de madera, de techos de teja y lámina, de ladrillo capuchino y hasta algunas construcciones sólidas de material. Los árboles fueron arrancados de cuajo, convirtiéndose en proyectiles, y los campesinos vieron como sus cultivos fueron destruidos en una noche. Se dice que aquel día casi se acabó la palma de coquito de aceite que por entonces estaba muy extendida, y hoy casi no se ve por ningún lado. También algunos furgones del ferrocarril fueron arrastrados por el viento, algunos volcados o sacados de los rieles.

Muertos por doquier

Quizá lo peor fue en el barrio popular de La Pedregosa, donde el cerro encima de esa calle, hoy Joel Montes Camarena, que es el Sector 3, se desgajó, y el deslave con toneladas de rocas y lodo sepultó a familias enteras. Pero también hubo deslaves en La Playita de En Medio, en el Sector 6 del lado de la laguna. Se cayó el puente que comunica Jalisco con Colima, sitio en donde se desbordó el río Marabasco. También hubo muerte y destrucción en Cihuatlán y Minatitlán, donde el pueblo quedó sepultado por el torrente que bajó de la montaña, muriendo alrededor de un 20 por ciento de la población, y el poblado de Las Guácimas desapareció, al morir sus pobladores; se afirma que solo uno sobrevivió.

La experiencia familiar

Recuerdo que mi mamá relataba como los muertos eran apilados frente a la presidencia municipal. Ella pasó el fenómeno en el edificio Macchetto, junto a su hijo mayor; mi abuelita, Clementina Amaya, y sus hermanos Eva y Wenceslao. Mi papá lo pasó arriba de un buque de la Armada en el muelle. Recordaban los marinos que un militar que estaba en un barco, sin saber nadie como, al finalizar el zarandeo por el viento generado por el ciclón, se encontraba en un barco diferente. Entre los barcos que se hundieron o quedaron varados durante el meteoro, estuvieron el Xalapa, Santo Tomás, Corzo y Sinaloa, y muchas lanchas y botes.

Extraños fenómenos y leyendas

Por la madrugada, recuerdan quienes vivieron el fenómeno, se escuchaban de las casas brotar llantos de tristeza por la muerte de algún ser querido, gritos de dolor por alguna herida y el ulular espantoso de las corrientes de aire, silbando como espectros de ultratumba. Incluso se menciona por varias personas que vivieron el ciclón, que en medio de éste también se registró un sismo, lo que acabó de aterrorizar a los porteños, que sentían que aquello era el fin del mundo. La leyenda también afirma que al otro día, mientras todos lamentaban, lloraban o se aprestaban a ayudar, el diablo vestido como todo un catrín, pasó caminando elegante y despreocupado, silbando por la calle México.

Desde luego que se tratan de consejas que se van añadiendo para darle un mayor realce y sabor a los relatos reales, tristes y lamentables que ese día nos enlutaron. También se recuerda que había chispazos y luces que recorrían algunos objetos, los cuales son un fenómeno natural muy conocido por los marinos, que se conoce como fuegos de San Telmo, que son plasmas de baja densidad, resplandores brillantes blanco-azulados, que se generan por la ionización del aire.

Muchos sectores productivos afectados

Estos son algunos datos de pérdidas en diferentes rubros que se conocieron tras la tragedia del ciclón del Pacífico del 27 de octubre de 1959 en Manzanillo. Para darnos una idea de la magnitud de ellas, hay que tomar en cuenta que en 1993 se le quitaron a nuestra moneda tres ceros, y que ha habido fuertes devaluaciones en tiempos de las presidencias de Echevarría, López Portillo, Salinas y Zedillo, por lo que las cantidades descritas en la relación no se deben considerar al nivel del valor actual del peso.

“Los daños y pérdidas en la Sexta Zona Naval fueron por 200 mil pesos, en cuanto a destrucción de edificios, casas, talleres, muebles, maquinaria, herramientas, instalaciones eléctricas y vestuario; en lo que se refiere a buques, por averías en cascos, arboladuras, equipos, maquinarias, propulsores y botes, un total de 700 mil pesos, incluyendo el sacar a flote el Guardacostas 36, que se había quedado varado. Otros guardacostas afectados fueron el 31, el 32 y el 38.

En lo que se refiere a daños en las embarcaciones de pesca comercial o ribereña, se averiaron 201 embarcaciones, entre ellas nueve pangas sin motor, ocho botes mayores a tres toneladas, veintiocho botes menores de tres toneladas, ochenta y seis canoas con motor y otras setenta sin motor, por un monto de más de 800 mil pesos. También se echaron a perder doscientas cincuenta y un redes, con valor de más de 210 mil pesos; además de equipos de pesca y motores en bodega. Como no se otorgaron créditos, tras haber perdido todos sus enseres para el oficio pesquero, no fue sino hasta casi seis meses después que pudieron regresaron a pescar.

En cuanto a agricultura y ganadería, por concepto de obras hidráulicas se perdieron más de 6 millones y medio de pesos; en edificios agrícolas más de 3 millones de pesos; en maquinaria e implementos cerca de 4 millones; en cabezas de ganado más de 4 millones y medio; en caminos vecinales más de 1 millón y medio y, en fin, pérdidas en diversos renglones por un total calculado en 26 millones 339 mil 975 pesos. Se perdió en la región el 35 por ciento del arroz, el 60 por ciento del ajonjolí, el 35 por ciento del maíz, el 80 por ciento del plátano, el 15 por ciento de los cocoteros (en el caso del coco de aceite, la pérdida fue casi del 100 por ciento) y el 25 por ciento de los limoneros. También las pérdidas fueron por el 50 por ciento del ganado vacuno, 40 por ciento del caballar, mular y asnal, porcino 80 por ciento y el 95 por ciento de las aves de corral.

Víctor Manuel Martínez