Once propuestas para enfrentar el declive energético en México
Luca Ferrari
En materia energética, este sexenio se ha caracterizado por una apuesta renovada hacia los hidrocarburos y la recuperación del control del Estado sobre el sector eléctrico por medio de una serie de acciones que lograron revertir algunos de los aspectos más negativos de la reforma energética del gobierno anterior.
Estas acciones se justifican por la experiencia internacional que muestra cómo un sector estratégico, el de la energía, no puede dejarse en manos del mercado que, al buscar la máxima ganancia, no garantiza el servicio de las necesidades prioritarias del grueso de la población.
Sin embargo, la realidad energética del país impone mucho más que recuperar la rectoría del Estado. Necesitamos hacer cuentas con la realidad del declive energético y los limites ecológicos.
México tocó el pico de la producción de petróleo hace 20 años y la del gas natural hace 15. Desde entonces, la producción petrolera ha disminuido a la mitad y la del gas a dos tercios por razones eminentemente geológicas.
El agotamiento de los campos supergigantes de la sonda de Campeche se ha intentado compensar con un número creciente de campos de mucho menor tamaño y productividad que requieren de muchos más pozos.
Por lo anterior, desde el año 2000, la productividad por pozo ha disminuido 67 por ciento mientras que los costos de extracción se han quintuplicado. Invertir más en exploración y producción ya no permite obtener más petróleo.
El presupuesto de Pemex se ha más que duplicado entre 2019 y 2023 pero la producción (sin condensados) no ha subido e incluso ha empezado de nuevo a declinar desde mediado del año pasado.
El sector hidrocarburos mexicano enfrenta un proceso irreversible de retornos decrecientes: una producción a la baja y un incremento constante de los costos de producción.
En cuanto a la refinación, el déficit entre la producción nacional y la demanda de gasolina y diésel, que se compensa con importación, se ha estabilizado, pero no revertido. En 2023 todavía importamos dos terceras partes de la gasolina que consumimos y cuando la refinería de Dos Bocas funcione a su máxima capacidad todavía no podremos satisfacer la demanda interna.
Incluso, si pudiésemos refinar en México todo el petróleo que producimos, la cantidad de gasolina obtenida no sería suficiente para satisfacer la demanda nacional.
La dependencia del sector eléctrico de las importaciones es aun más preocupante. La producción nacional de gas es insuficiente para el consumo interno ya que, además de la caída en la producción, alrededor del 66 por ciento del gas es utilizado por la propia Pemex en procesos de producción y refinación, que crecerá aun más con Dos Bocas.
Descontando el consumo de Pemex, importamos de Estados Unidos casi el 90 por ciento del gas que se consuma. En 2018, el 51 por ciento de la generación eléctrica ocurría con centrales basadas en gas (ciclo combinado y turbogas) pero a 2023 este valor subió al 63 por ciento y en futuro será más ya que CFE está terminando de construir otras 11 centrales que funcionan con gas.
La razón que se ha dado para continuar con la generación por gas es la de aprovechar los contratos de largo plazo firmados en el sexenio anterior para la importación de un gran volumen de gas de Estados Unidos que, en efecto, tiene los precios más bajos del mundo.
Sin embargo, esto nos hace cada vez más dependientes del vecino país y de una fuente que va acercándose a su máximo de producción y puede decrecer y/o subir de precio en los próximos años.
Las centrales de ciclo combinado tienen una vida útil de 40 años y pueden transformarse en activos varados. La caída de la producción de hidrocarburos y el incremento del consumo de gas importado ha provocado que desde 2015 México es importador neto de energía: la energía de la gasolina, diesel y gas natural que se importa es mayor que la energía que se exporta como petróleo crudo.
¿Cómo alcanzar un futuro energético sostenible y justo?
Dada la imposibilidad de subir la producción de hidrocarburos, el creciente costo de la extracción y refinación del petróleo, el fuerte endeudamiento que carga Pemex desde sexenios anteriores, la desmedida dependencia de la importación de gas, así como el impacto ambiental del sector hidrocarburos, es necesario pensar en un plan de salida gradual de la dependencia de combustibles fósiles, que actualmente representan todavía un 85 por ciento de la matriz energética nacional.
Para alcanzar la soberanía energética y disminuir el riesgo de crisis asociado a la dependencia de Estados Unidos cualquier política de transición debería enmarcarse en escenarios de disminución del consumo, priorizando las necesidades básicas de la población y una mayor equidad en el acceso a los recursos.
Bajo estas premisas, las recomendaciones para una nueva política energética se pueden resumir en los siguientes puntos:
- Consensuar un plan para reducir paulatinamente el sector petrolero concentrando la extracción en los campos con mayor rentabilidad y menor impacto ambiental.
- Incrementar la participación de fuentes de energía no fósiles en la generación eléctrica, particularmente en generación distribuida comunitaria y cooperativa.
- Privilegiar fuentes de bajo impacto ambiental y con alto contenido tecnológico nacional.
- Reducir la demanda de los sectores de mayor consumo en la matriz energética: transporte (47 por ciento) e industria (30 por ciento) como se esboza en los siguientes puntos.
- Promover el desarrollo de un sistema de transporte público electrificado y soluciones urbanas que disminuyan la necesidad del uso del coche particular.
- Incentivar economías regionales y locales para reducir las importaciones y con ello el transporte de bienes y las emisiones asociadas.
- Promover la sustitución de los combustibles fósiles por biomasa, geotermia y calor solar en los procesos industriales que requieren calor de baja entalpía.
- Diseñar un plan de mediano y largo plazos para reestructurar el sistema industrial, actualmente enfocado a la exportación, para enfocarlo hacia las necesidades prioritarias de la sociedad.
- Impulsar una transición del sistema agroalimentario industrial (basado en un uso intensivo de combustibles fósiles) hacia soluciones agroecológicas.
- Alentar el turismo local y regional a pequeña escala en lugar del turismo internacional de masa.
- Poner topes al consumo del sector más rico de la población, responsable de una gran parte de las emisiones, e implementar políticas de distribución más justa de los recursos energéticos.
Luca Ferrari
Instituto de Geociencias, UNAM
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