Una vida más sana con cambios al sistema agroalimentario
Juana Meraz Sánchez
“La milpa no es una fuente de conocimiento
para beneficio propio, sino para beneficio de la comunidad.
Y no nos enseña solamente a producir,sino también a conservar”.
Efraím Hernández Xolocotzi
México tiene toda una historia en su sistema agrícola tradicional, esa gran riqueza de recursos genéticos concentrados en un espacio de tierra al que tradicionalmente le denominamos “milpa”. Sabemos de los beneficios de su policultivo, donde la especie principal es el maíz, acompañado de especies como frijol y calabaza, llamada incluso la triada mesoamericana.
A esta combinación se le suman las hierbas arvenses, como las verdolagas, quelites, romero, tomillo, eneldo, orégano, pericón y más; hierbas a las que por algún tiempo se les consideró malezas o “malas hierbas” por ser plantas que nacen y crecen de manera natural en los cultivos, cubriendo parte del espacio de las parcelas, y que compiten por los nutrientes del suelo; pero que al consumirlas aportan al cuerpo hierro, vitamina C, cobre, proteínas, zinc y minerales.
Además de servir como alimento, las arvenses también nos han brindado medicinas y forrajes; mantienen y mejoran la calidad del suelo; son alimento para los polinizadores; controlan y disminuyen a los insectos y bacterias que pueden ser dañinos para el cultivo, y permiten seguir mejorando genéticamente algunos cultivos.
Lo importante del sistema agrícola tradicional es que no existe un solo tipo de milpa sino diversos, con particularidades propias, que dependen de la diversidad natural y cultural de cada región, dependiendo de su tipo de suelo, clima, saberes campesinos, degustación local y preparaciones culinarias familiares, entre otras variantes.
Aun cuando los alimentos que se obtienen de la milpa benefician una dieta equilibrada y siguen siendo base de la comida en algunas zonas rurales, en los últimos años –sobre todo en las áreas urbanas– su consumo ha ido en declive debido a la industrialización de los alimentos; el uso de conservadores químicos; los alimentos genéticamente modificados, y el empleo de fertilizantes y herbicidas dañinos para la salud y el ambiente.
Sara Brosché menciona que se cuenta con una gran cantidad de estudios de todas las regiones del mundo que muestran la exposición de alimentos a plaguicidas, que deriva en la presencia de residuos de plaguicidas en la sangre y en la leche materna.
Además, diversos estudios de científicos nacionales e internacionales han resuelto que el maíz transgénico pone en riesgo tanto la salud humana como al ambiente mismo.
Ante dichos planteamientos, en nuestro país, después de una lucha de más de 10 años que sostuvieron organizaciones sociales para detener el uso de glifosato y maíz transgénico, y con base en la demanda colectiva que interpusieron estas organizaciones en 2018, se emitió un Decreto Presidencial el 31 de diciembre de 2020, que prohibía la liberación de semillas de maíz transgénico en México y la eliminación paulatina del uso de glifosato hasta el 31 de enero de 2024.
Después, en un nuevo Decreto Presidencial del 13 de febrero de 2023, se modifica esta prohibición generalizada, reduciéndola solo a la “salud humana”, prohibiendo el maíz genéticamente modificado para la masa y la tortilla, sin limitar el comercio ni las importaciones, bajo la justificación de que México es autosuficiente en la producción de maíz blanco libre de transgénicos.
Por supuesto, la ciudadanía e investigadores siguen vigilantes y participativos en el tema. Por ejemplo, el comunicado oficial del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias para el Desarrollo Rural Integral (CIIDRI) de la Universidad Autónoma Chapingo del 6 de abril de 2024 se pronuncia “por una prohibición total del glifosato” y manifiesta que “es importante cambiar la idea de que el glifosato es indispensable o una solución única para los desafíos agrícolas” y “si queremos dejar de consumir alimentos envenenados, debemos producir alimentos sin glifosato y otros agrotóxicos peligrosos”.
Con estos planteamientos y posicionamientos es necesario cuidar el origen de los alimentos que llevaremos a nuestras mesas. Una opción real son los alimentos orgánicos y agroecológicos, camino que nos ayuda a transitar hacia una producción orgánica de los alimentos sin el empleo de agroquímicos que dañan el ambiente.
Recordemos que los campesinos son generadores y custodios de la agrobiodiversidad y por generaciones han producido alimentos sanos; hay que volver al sistema agrícola tradicional.
Muchos de estos alimentos los encontramos en los tianguis orgánicos, agroecológicos y alternativos, pero debemos ser cuidadosos en nuestra búsqueda de estos recintos saludables.
De acuerdo con el M.C. Cristóbal Jesús Chapa Ignacio, presidente del Comité de Certificación Orgánica Participativa del Tianguis Agroecológico-Orgánico Chapingo (TAOCh), “los productos orgánicos llevan una trazabilidad a través de una certificación por un tercero que es una certificación de agencia, o bien, por un grupo que lo avale, como es el caso de un Comité de Certificación Participativa”.
Y explica que como consumidores tenemos la libertad y el derecho de preguntar “quién certifica, cómo certifica, qué tipo de certificación ostenta, cuáles son los procesos que realizó para su certificación, qué tipo de prácticas realizan para el cuidado del ambiente”, etcétera. Además menciona que “con los productores orgánicos se recupera la memoria gastronómica de cada región, se transmite la preparación de alimentos generacionalmente y se rescatan sabores tradicionales”.
En México contamos con tianguis alternativos que brindan una alimentación sana, como es el caso del Mercado de Productos Orgánicos Macuilli Teotzin en San Luis Potosí, un mercado certificado que da valor agregado a los productores a través de prácticas enfocadas a la producción orgánica y agroecológica.
El doctor Ramón Jarquín Gálvez, docente de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y coordinador del Mercado de Productos Orgánicos Macuilli Teotzin, menciona que los productores y productoras “conocen los beneficios de consumir productos sin agroquímicos, sin transgénicos, sin afectar el ambiente y cuidando la biodiversidad“.
De igual manera, se cuenta con el Tianguis Alternativo de Puebla, que construye un sistema alimentario local basado en la sustentabilidad, la producción ecológica, el intercambio solidario y la construcción de comunidad.
En el estado de México se tiene el Tianguis Agroecológico-Orgánico Chapingo (TAOCh), actualmente bajo la coordinación del M.C. Moisés Zurita Zafra, y que deriva del Tianguis Orgánico Chapingo (TOCh), que tuvo su origen desde hace 20 años con la responsabilidad académica de la doctora Rita Schwentesius Rindermann.
El TAOCh es un tianguis alternativo, que además de ofrecer productos sanos cultivados con prácticas agroecológicas y orgánicas, incentiva la economía circular a nivel local y regional, donde se promueve el intercambio de productos entre los mismos productores del tianguis, ya sea de forma monetaria o por trueque.
David Sébastien Monachon, miembro de la Red Nacional de Redes Alimentarias Alternativas, comparte que en la Ciudad de México existen mercados comprometidos con la agroecología y la lucha por la soberanía alimentaria, con procesos internos de validación y procuración de vínculos directos entre productores y consumidores, así como con una ejecución de procesos de organización más horizontales desde un trabajo autogestivo.
Entre los proyectos cristalizados están los Mercados Alternativos de Xochimilco y Tlalpan; Mercado de Productores Capital Verde en Azcapotzalco; Colectivo Zacahuitzco en Benito Juárez; Cooperativa La Imposible en la colonia Obrera, Cuautémoc; Cooperativa Despensa Solidaria en Copilco, Coyoacán y Proyecto Alteptl Tlaocentli en Tlalpan, mercados que se distinguen, entre otros más, por involucrarse en un sistema participativo de garantía en la Ciudad de México.
Es claro que existen diversas propuestas saludables que llevan varios años trabajando en la producción y consumo inocuos, y sin duda se ha potencializado, pues “la pandemia ha aumentado el interés por construir sistemas agroalimentarios más resilientes, saludables, justos y sustentables”.
En suma, los tianguis alternativos orgánicos y agroecológicos fortalecen 1) la parte ambiental y de salud con su producción sustentable y libre de tóxicos; 2) el aspecto social, al aumentar tanto los ingresos de los agricultores con la comercialización justa de sus productos cultivados en huertos familiares, como el consumo de alimentos que genera un beneficio a productores y consumidores en la compra-venta local, y 3) finalmente, el ámbito cultural, al fortalecer una filosofía ancestral, pues para los productores y campesinos, la milpa no es un modelo sino una práctica agrícola milenaria que seguirá pasando de generación en generación.
El derecho humano a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad se manifiesta en la Ley General de la Alimentación Adecuada y Sostenible publicada en el Diario Oficial de la Federación (DOF) el 17 de abril de 2024. Se trata de un planteamiento que se convierte en un compromiso del siguiente sexenio, no como letra muerta, sino como un verdadero interés por procurar una alimentación que requiere mayores cambios al sistema agroalimentario para una vida más sana.
Juana Meraz Sánchez
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UAM-X
Productora y locutora de Radio Chapingo e integrante de la Red Mexicana de Periodistas Ambientales (REMPA)
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