Agua pasa por mi casa: el río Tula y las aguas residuales de Ciudad de México
Francisco Javier Peña de Paz
Al tomar posesión del cargo de presidenta de la República, este 1 de octubre la Dra. Sheinbaum enumeró entre sus 100 compromisos de gobierno el de “limpieza y saneamiento de los ríos Lerma-Santiago, Tula y Atoyac” (compromiso 92). Dijo también que en el municipio hidalguense se establecerá un gran proyecto de “economía circular para convertirlo del más contaminado en el municipio más limpio del país” (compromiso 94).
La historia de esa región y en particular los acontecimientos más recientes en Tula de Allende, luego de la inundación de la ciudad el 7 de septiembre de 2021, dan especial relevancia a esos anuncios. Ofrecemos un breve recuento de antecedentes y algunas propuestas.
Hace tres años, la inundación dejó más de 30 mil damnificados en una decena de colonias céntricas de la ciudad de Tula de Allende y 17 fallecidos en la clínica 5 del Instituto Mexicano del Seguro Social. Otros municipios de esa región conocida como Valle del Mezquital en Hidalgo también resultaron afectados.
En Ixmiquilpan, por ejemplo, se inundaron una decena de localidades y más de mil habitantes tuvieron que salir de sus casas, perdiendo casi todos sus bienes y mobiliario domésticos.
Las familias afectadas hablan del “estruendo” del agua que llegó violentamente y en “muy pocos minutos” arrasó con todo. Además del impacto por las pérdidas sufridas, las mujeres, ancianos, trabajadores municipales, todos, se cuestionan cómo sucedió la tragedia en tan pocos minutos. “Es un río que hemos visto pasar toda nuestra vida. Sucedió tan de pronto, que no sabíamos ni qué hacer”, me comentó una de las vecinas en el primer recorrido al que nos invitaron para iniciar el Peritaje Comunitario de los daños.
Además, insisten, no es el desbordamiento de un río común, “las casas y las calles se llenaron de aguas pestilentes, de aguas contaminadas”.
Sobre las causas del desbordamiento tan repentino y abundante del río, al principio las autoridades hablaron de “lluvias atípicas”. Después, el presidente López Obrador dio a conocer una tarjeta informativa donde se afirmaba: “… no fue la lluvia local, sino los escurrimientos de los ríos, presas y las obras de desagüe del Valle de México y del estado de Hidalgo, lo que provocó la inundación”.
Según los datos gubernamentales, la madrugada del martes 7 de septiembre, el caudal del río era de 500 m3/s, “150 m3/s provenían de las descargas del Valle de México a través de los túneles Emisor Central y Emisor Oriente, 28 m3/s de río El Salto, 100 m3/s de la descarga de la presa Requena, 130 m3/s del río Tlautla, y 92 m3/s de la cuenca propia entre la salida de los túneles y la ciudad de Tula de Allende”.
Solo el 20 por ciento del volumen provenía del escurrimiento de la cuenca propia del río Tula. Casi la mitad de su corriente en el momento del desastre eran aguas desalojadas por trasvase desde el Valle de México o de las que se mantenían almacenadas en la presa Requena, que fue abierta para proteger la estabilidad estructural de la cortina.
La inundación vino a mostrar que el río Tula cambió de manera radical durante un poco más de un siglo. No solo por el evidente deterioro en la calidad de las aguas que llegan a su cauce, combinación de aguas pluviales con una creciente cantidad de aguas residuales desde el Valle de México, sino también porque el cauce del río fue convertido, después de distintas obras, en el gran colector de varias cuencas.
El Tula fue transformado en el camino principal de integración y traslado de las aguas trasvasadas principalmente del Valle de México, para hacer viable un tipo de urbanización en la gran zona metropolitana de la capital federal.
El río Tula es una corriente que se transformó en varias etapas, hasta convertirse en un tipo especial de río urbano. Lo es no solamente porque su cauce y ritmo viajero late al pulso de las transformaciones vividas por la ciudad que atraviesa –en Tula están una gran planta petroquímica de Pemex y varias empresas cementeras y otros productos industriales–, sino sobre todo por el papel que juega como vía de movilización de las aguas del Valle de México.
Para tener una idea de conjunto, el lector puede utilizar la figura 1 para orientarse de manera esquemática en la integración de esos “nuevos cauces” que incrementaron los volúmenes de agua que circulan por el río Tula, particularmente en momentos de emergencia.
La modificación del paisaje hídrico y sus efectos sobre el río ha sido una empresa constructiva de larga duración. Las primeras obras para desaguar la cuenca del Valle de México pueden fecharse en 1607 aunque será hasta el Porfiriato (último tramo del siglo XIX y primera década del XX) cuando se diseñen y realicen el Gran Canal del Desagüe y el túnel de Tequixquiac.
A partir de ese momento habrá una aportación adicional permanente y creciente a los volúmenes de escurrimiento en el río Salado, afluente del río Tula. Fue un hito importante, para la unión hidrológica de largo plazo entre la cuenca del Valle de México y el Valle del Mezquital, que terminó por asignar al río Tula el papel de canal de desalojo de aguas de albañal y por lo tanto inició su transformación de fondo como sistema socio-eco-hidrológico.
La llegada al Valle del Mezquital de los volúmenes crecientes de las aguas desalojadas permitió la ampliación de la superficie agrícola, en medio de una disputa entre un modelo empresarial y uno de campesinos regantes. Este último impulsado sobre todo por el gobierno de Lázaro Cárdenas, con un fuerte acento indigenista.
Al mismo tiempo que se entraba en un proceso de acelerado deterioro de la calidad del río Tula y de otros ríos de la región, para 1970 se registraron 40 mil hectáreas irrigadas con esas nuevas aguas. Actualmente hay más de 100 mil hectáreas regadas en los tres distritos de riego de esa parte de Hidalgo.
Es imposible referirse a todos los momentos constructivos que han ido ampliando y reforzando las obras de trasvases que terminaron uniendo de manera subordinada el Valle del Mezquital al desagüe de la cuenca del Valle de México.
Anotemos otros dos momentos: a) la terminación en 1975 del Drenaje Profundo con un ducto de 6 metros y medio de diámetro para aliviar las pérdidas de eficiencia por el hundimiento del Gran Canal que empezó a demandar una batería adicional de bombas para seguir funcionando y b) muy recientemente, en diciembre de 2019, la puesta en operación del Túnel Emisor Oriente como promesa renovada de “desalojo rápido y eficiente” del agua que amenaza con quedarse dentro de la gran zona metropolitana del Valle de México.
Esos artificios responden a un entramado de intereses y poderes en donde se juntaron las élites burocráticas del poder político, las grandes empresas energéticas, los corporativos en busca de localizaciones industriales rentables, la demanda de nuevos grupos sociales vinculados a la producción agrícola, entre otros.
Descontaminar el río Tula significa detener, moderar y luego modificar el papel de gran colector del desagüe urbano que se le asignó. Por esa razón, las acciones de descontaminación del río Tula obligan a cambiar de raíz la lógica de desalojo creciente de aguas desde el Valle de México.
Se trata de descontaminar desde el origen, rectificando la política de desalojar volúmenes crecientes de aguas residuales sobre la cuenca del río Tula.
Los compromisos de la presidenta de México han abierto la esperanza de que pueda restituirse la salud ecosistémica del cauce del río y el bienestar de su población. Aunque también se han manifestado dudas sobre las anunciadas instalaciones de “economía circular” que en otros sitios se asociaron a grandes incineradores industriales que representan amenazas graves sobre la salud y que han sido rechazados muy recientemente en el municipio cercano de Atitalaquia.
La “RED de Conciencia Ambiental, Queremos Vivir”, los damnificados de “Todos Somos Tula” y muchos otros colectivos semejantes, subrayan el temor que se instaló en los vecinos por la amenaza de nuevas inundaciones con aguas contaminadas. Es tiempo de detener la inercia del ciclo desagüe-inundación y reconstruir un nuevo paisaje hídrico democrático y de restauración del ciclo socio-natural del agua, devolviendo salud y confianza a sus ríos y habitantes.
Francisco Javier Peña de Paz
El Colegio de San Luis
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