Sufrimiento en una colonia popular de Ecatepec de Morelos, México
Óscar Adán Castillo Oropeza
Las inundaciones en la cuenca del Valle de México son una constante histórica de larga duración. Desde antes de la llegada de los “conquistadores”, la población originaria tenía que lidiar con los embates del agua, para enfrentarla construían y hacían uso de diferentes infraestructuras como son los albarradones o muros de piedra.
La ciudad prehispánica construida sobre el agua denotaba un tipo de relación ontológica y simbiótica entre esos sujetos y el agua, la cual fue fracturada al imponer y edificar un tipo de ciudad colonial a partir del desecamiento de los cincos lagos que formaban dicho territorio lacustre, de los cuales solo quedan restos de algunos, por ejemplo, la laguna de Zumpango ubicada al norte de la actual Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) (Castillo, 2018).
En ese sentido, el entubamiento de los ríos y canales para expulsar el agua de la ciudad, que funcionaban como vasos comunicantes entre dichos lagos, ha ocasionado, entre otras cosas, la expansión sin límites de la vorágine urbana y, con ello, los problemas relacionados con la presencia de inundaciones particularmente en colonias populares, ubicadas cerca de los ríos y canales de aguas negras, tal es el caso de la colonia Pedro Ojeda Paullada, en el municipio de Ecatepec de Morelos, estado de México.
Sufrir y persistir al filo del río
En la colonia Pedro Ojeda Paullada, cada temporada de lluvias hemos vivido con el agua de drenaje en los pies. Desde la infancia uno lleva grabado en la memoria los momentos en los que el río de los Remedios rugía, amenazante, como si desde sus entrañas saliera un monstruo de agua maloliente que todo se traga a su paso, lo único que tocaba era esperar a que la inundación se llevará todo cuanto pudiera, aquello que con tanto esfuerzo habían construido mis padres para nosotros, un patrimonio; el cual, a lo mucho, consistía en uno que otro mueble viejo.
En general, cada inundación que nos tocaba vivir, deterioraba más la casa dónde pasé la mayor parte de mi vida, una casa sin drenaje, agua potable; apenas, recuerdo muy bien, con poca luz eléctrica traída por unos cables colgantes de un poste de madera improvisado por mi padre, ubicado cerca de la puerta principal.
El río de los Remedios fue nuestro primer acompañante en este lugar, no solo de mis hermanos y mío, sino de otros como nosotros, que nos tocó vivir en este lugar.
Siempre me preguntaba cada que salíamos a jugar por sus bordes, si en algún momento este río había trasladado agua limpia, pero parece que no, cuando mis padres llegaron del pueblo también lo conocieron así, con aguas negras, fétidas, sobre las cuales se balanceaban a diario toneladas de basura de todo tipo, desde envolturas de comida chatarra, ramas, costales, jeringas, llantas, hasta cadáveres de animales en descomposición, incluso, en algún momento, también escuché que alguien había visto pasar restos de cuerpos humanos. Entonces, parece que el río siempre nos estuvo esperando para habitar en su costado.
Las inundaciones nos enseñaron a soportar desde la impotencia, a no dejar nuestro lugar de vida, al ver cómo el agua del río subía de nivel, invadiendo calles y casas, mientras iba dejando debajo nuestro porvenir.
Sobre todo, dejan sufrimiento; sufrimos cada que nos inundábamos, cuando el río se desbordaba por las intensas lluvias que hacían crecer sus aguas. Sufría yo por no poder ayudar a mi familia, pero también veía que sufrían mis parientes, los vecinos; nunca fue fácil sobreponerse del todo ante la embestida del agua, a pesar de que salíamos durante la inundación a ayudarnos mutuamente para resguardar nuestras pertenencias, nunca fue suficiente, siempre los estragos que dejaba el agua a su paso nos rebasaron.
Por eso necesitábamos en la mayoría de las ocasiones de ayuda externa, como bomberos, presidencia municipal o incluso el ejército, dependiendo de la magnitud de la inundación.
Después de cada inundación, acudían los bomberos, policías o el ejército, muy rara vez asistió gente del gobierno municipal, mucho menos estatal, esos siempre llegaban dos o tres días después de que nos habíamos inundado.
Los que llegaban en las horas posteriores de haberse desbordado el río, nos ayudaban a rescatar algunas de nuestras pertenencias o auxiliaban a las personas que quedaban encerradas en sus casas o en la calle, por la fuerza del agua.
En todas las ocasiones, se nos decía que la inundación no se podía prevenir, porque “nadie puede luchar contra la fuerza de la naturaleza”, incluso se nos decía que nosotros teníamos la culpa por vivir ahí “si ya saben, viven cerca de este río que se desborda cada que hay lluvias fuertes, por qué no han buscado otro lugar para vivir” o “ustedes tienen parte de la culpa, para que tiran basura al río, eso hace que el agua no fluya de manera natural” o que ante “los desastres naturales, como ese que se presentó, nosotros no tenemos la culpa”.
Entre los vecinos, en ocasiones, con la ayuda de los bomberos o policías, limpiábamos y retirábamos los escombros que había dejado el agua en la calle y al interior de las casas.
Recuerdo que una vez hasta el presidente municipal de ese entonces se puso repartir cubetas, escobas y cloro para que desinfectáramos todo lo que fuera posible, dado que no se podría hacer más por el momento.
En las últimas grandes inundaciones por el desbordamiento del río, fue por ahí de febrero, a principios de 2010 y junio de 2011, nadie nos avisó con anticipación que podían ocurrir. Esos días, después de muchas horas lluvia, las paredes del río se rompieron, el agua salía con mucha fuerza y en cuestión de minutos nos encontramos nadando entre pura suciedad.
Para cuando llegaron los bomberos y el ejército para ayudarnos, muchos ya estábamos en las azoteas de nuestras casas, muchos otros intentaban salvar un poco de sus pertenencias, colchones, televisores, documentos personales o mascotas.
Las acciones del municipio fueron, además de repartir utensilios de limpieza, abrir albergues para los afectados, levantar un dizque censo de afectados, entregaban monederos electrónicos para adquirir despensa. Pero no todos pudimos acceder a los albergues, ni tampoco todos fuimos registrados en el censo y mucho menos beneficiados con despensas; cuándo presentábamos el monedero en alguna tienda, no servía la tarjeta, no la recibían porque no había algún aviso de parte del gobierno estatal o municipal o no tenía fondos, se podría decir que todo parecía pura simulación, así como cuándo algún político que quería ser presidente municipal o gobernador del estado visitaba la colonia haciendo promesas de que si votábamos por él, acabaría para siempre con las inundaciones.
Muchos años sufrimos con las inundaciones, pero no solo porque el agua ponía de cabeza nuestra vida, sino porque también inundarse significaba sufrir la espera de ayuda, de respuestas verdaderas o de algún llamado de parte de las autoridades para expresar nuestra angustia y desesperación.
Después de esas dos grandes inundaciones, empezaron a entubar el río de los Remedios, sobre el cual ahora se encuentra la carretera que iba a conectar con el nuevo aeropuerto de la ciudad, el que canceló el presidente; pero hay otra parte del río que solo se puede ver pura terracería y a cierta distancia los respiraderos, esa es la parte que nos toca ver.
En algún momento, vinieron los del gobierno a la colonia a decirnos que lo convertirían en un parque para que nuestros hijos jueguen ahí, para que hagamos deporte; pero no se ponen de acuerdo, sigue igual, como en obra negra. Seguro pensaron que enterrado el río se acabó el problema.
Últimamente ha llovido fuerte, ya no escucho rugir el río, pero algunos respiraderos han explotado por la concentración de gases, eso quiere decir que sigue vivo y en cualquier momento puede salir de nuevo, porque los tubos negros de plástico que usaron para entubarlo, seguro, en algún momento, se van a romper. Mientras, seguiremos aquí, al filo del río, con la esperanza de que el monstruo no salga.
Sufrimiento por inundaciones
En días pasados las inundaciones azotaron algunos municipios de la periferia de la ZMVM, como Chalco, Ecatepec de Morelos, Naucalpan y Coacalco de Berriozábal, por el desbordamiento de ríos, canales, presas, barrancas o el colapso del drenaje. Se puede leer entre líneas, en algunas notas de periódico, el sufrimiento de las poblaciones afectadas.
Conclusiones
El sufrimiento por inundaciones, como lo deja ver el fragmento de vida anterior, parece que es una experiencia subjetiva individual y colectiva, pero es el resultado de lo que el poder político, económico e institucional ha provocado al seguir apostando por una forma de hacer ciudad de manera expansiva y sin control (Wiese, 1934), que no respeta los límites y lógicas propias de la naturaleza. Una ciudad enemiga del agua.
En ese contexto, la tarea pendiente de los tomadores de decisiones respecto a la prevención del desastre por inundación es, no usufructuar políticamente con el sufrimiento de los afectados, sino sensibilizarse, comprenderlo y no ser indiferentes ante ello.
Bibliografía
Castillo, Oropeza Oscar Adán (2018). “Al filo del agua”. Hacía una ecología política urbana de las inundaciones: los casos de Ecatepec de Morelos y de Nezahualcóyotl. Tesis Doctoral, Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa.
Weise Von, L. (1934). “Sociology and Suffering” The International Journal of Ethics, núm. 2, pp. 222-235.
Óscar Adán Castillo Oropeza
Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo
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