Memoria biocultural en un jardín de Durango
Ricardo Ramírez Maciel
Un jardín es un espacio para experimentar las sensaciones que genera su composición como un todo integrado. Disfrutamos de la presencia de plantas, hongos, animales, interactuando entre sí; incluso disfrutamos de la atmósfera que ellos generan, de sus relieves y de las texturas y brillos de sus suelos y rocas.
También forma parte de ese disfrute conocer aquellas prácticas de sobrevivencia (tanto como signos y símbolos) que las culturas han generado a lo largo del tiempo adaptándose a los procesos de la naturaleza y conservándola.
Es por ello que la vivencia que ofrece un jardín resulta sumamente educativa, pues impulsa a conocer esa riqueza natural, tanto como a conmovernos y a reconocer lo que históricamente las culturas han sabido conservar en su sustento cotidiano y a conocer cómo ese entorno nos infunde sensaciones profundas de bienestar. Esa es la posibilidad pedagógica que genera un jardín etnobiológico.
Un jardín etnobiológico en Durango
En 2019, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología impulsó en México la Red Nacional de Jardines Etnobiológicos, reconociendo a cada de ellos como espacios de acceso universal al conocimiento.
Esta red, conformada, hasta ahora por 24 jardines, impulsa a cada uno de ellos a vincularse con las comunidades locales salvaguardas de los conocimientos sobre la naturaleza, a que fortalezcan y difundan los saberes y tradiciones de tales comunidades y a que se reivindiquen las lenguas originarias de México (SECIHTI, 2024).
Para el 2020, en el poniente de la capital duranguense, comenzaba a construirse el Jardín Etnobiológico Estatal de Durango (JEED). La peculiaridad de este sitio es que asume a la vida vegetal, en el centro de su acción profesional, de manera que busca conservar la llamada etnoflora regional, es decir, las plantas conocidas e incorporadas en las culturas legendarias de la zona y con ellas como hilo conductor, se propone identificar y fomentar la presencia de etnofauna y demás formas de vida; además de promover la investigación, recuperar, resguardar y generar intercambio de conocimientos y saberes (JEED, 2024) científicos, tradicionales, culturales.
Desde el inicio, este jardín estableció la importancia de la educación ambiental, como una línea transversal para cumplir con sus objetivos. Quedó estipulado que las labores educativo-ambientales consistirían en articular a comunidades científicas, escolares, urbanas, campesinas y originarias de la zona a’udam, mexikan, náyeeri, o’dam, rarámuri y wixárika, desde sus propias dinámicas.
Eso significa que la educación ambiental promueve ahí actividades que facilitan, acercan y acompañan el proceso de conocer las diversas maneras de escuchar, ser, sentir y habitar el territorio, en medio de la pluralidad de actores sociales de la zona.
Estos acompañamientos son mediados por componentes didácticos existentes en los quehaceres comunitarios, como es el caso de talleres de tejidos, artesanías, adornos, elaboración de juguetes; además de las dinámicas generadas en la investigación de diversos campos que han propiciado la creación de la fonoteca, la ludoteca, el herbario y otros implementos que atestiguan (y dan cuenta de) la diversidad biocultural que está presente en Durango.
Ahora bien, es condición pedagógica que cada actividad detone sinergias o acuerdos de acción concretos para favorecer la conservación de la naturaleza de forma cotidiana en las escuelas, en las organizaciones de la sociedad civil o las asambleas comunitarias.
Así se identifican y construyen prácticas que dan sentido, desde la vida cotidiana, a los aprendizajes bioculturales.
En esa misma línea, esta condicionante educativa ha exigido al JEED asumir un código ético para evitar el extractivismo epistémico y biológico que han sufrido las comunidades por mucho tiempo.
Conocer y reconocernos desde los otros
La etnobiología y la educación ambiental, como campos científicos hibridizados comparten en sus preocupaciones de estudio las relaciones y vínculos que establece la especie humana, mediante las apropiaciones culturales, con el resto de las especies y también con los procesos donde ocurre la vida.
Al pensar a la vida vegetal, la educación ambiental enfatiza en ésta su capacidad como propulsora de imaginarios, técnicas, lenguajes, conocimientos que, a su vez, provocan el desarrollo de otros vínculos éticos, espirituales y científicos en la red natural.
De acuerdo con lo anterior, el abanico de intervenciones comunitarias educativo ambientales realizadas desde el JEED puede ir desde conocer cómo se modifican las células vegetales para generar flores, hojas o tallos y su relación con los polinizadores, los hongos micorrizas, hasta reflexionar acerca del papel de la mujer en la producción agroforestal mexicana; la hibridación y pérdida de conocimiento para el uso tradicional de las plantas; las implicaciones genéticas por la extensión de monocultivos, la profundización de las políticas ambientales en la conservación biocultural; o bien, sobre la revaloración de las lenguas originarias a través de la taxonomía de las especies.
A partir de esto último, por ejemplo, se ha emprendido una tarea para reconocer lingüísticamente los diferentes significantes (palabras) y significados de la fauna y la flora en las culturas antes señaladas y la cultura científica.
Esta actividad permanente ha permitido, hasta ahora, la identificación de una gran riqueza de términos o palabras para designar a hongos, plantas, animales vertebrados e insectos, cuya suma llega a 728 términos en idiomas a’udam, mexikan, náyeeri, o’dam, rarámuri, wixarika, español y lenguaje científico.
Estos términos son usados para acercar aun más y reconocer a estas comunidades que cohabitan y conocen el territorio, enriqueciendo la convivialidad plural y reivindicando sus maneras de interpretar el mundo.
Contemplación sensorial y hermanamientos
Diferentes lugares en el jardín, también permiten la atenta escucha, la paciente observación o la experimentación con el cuerpo de la otredad vegetal.
Trabajar en la milpa, por ejemplo, lleva a pensar en los ciclos y flujos de energía, es decir, pensar cómo viven los microorganismos en el subsuelo, acompañados de roedores, o larvas que se transforman en insectos y salen a la superficie, donde posiblemente se encontraran con reptiles, aves, zarigüeyas y muchas otras especies.
Disponer los sentidos en el JEED para tocar, escuchar y visualizar desde otras perspectivas, favorece el desarrollo de la necesaria contemplación para notar, observar y escuchar a las demás especies, en diferentes zonas y en diferentes horas.
Tal vez así alcanzamos a identificar/nos más con ellas, también a registrar aquellas especies que habitan en el jardín o en la región. Por el momento, es posible observar al conejo del desierto (Sylvilagus audubonii), la tuza (Thomomys umbrinus) y el ardillón de piedra (Otospermophilus variegatus), además de tres especies de murciélagos, entre otras 213 especies de animales y plantas que se entrecruzan en el mismo corredor del área natural Parques Guadiana-Sahuatoba-Centenario, en Durango.
De acuerdo con lo anterior, los procesos educativo ambientales etnobiológicos rebasan el objetivo de la divulgación científica sobre las plantas y se encaminan a que los conocimientos se profundicen y apliquen para que adquieran sentido en la práctica cotidiana y con ello se renueve el significado de las especies en la cultura.
Existe un relevante reto educativo en el que los jardines etnobiológicos tendrán una participación sustantiva en el futuro: desarrollar propuestas pedagógicas y didácticas que contribuyan a comprender mejor (lo que significa poner en juego las dimensiones cognitiva y afectiva) a las plantas y animales de las localidades, lugares en los que existen saberes, actitudes y valores de las culturas originarias, con capacidades para hacer convergencia con el conocimiento científico.
Es decir, dichos jardines podrán convertirse en un reservorio de saberes y prácticas educativas que propicien la reconexión entre la cultura y los ecosistemas, en vías de lo que se ha denominado el reencantamiento y reenamoramiento del mundo.
Ricardo Ramírez Maciel
Universidad de Guadalajara
Correo-e: [email protected]