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Entre el instinto y la amenaza: trampas ecológicas para tortugas marinas

Tania Manarini, Aldo Guevara-Carrizales, Ricardo Cavieses-Núñez y Eduardo Cuevas

Las trampas ecológicas son un problema que está recibiendo cada vez más atención por parte de la comunidad científica. Los animales dependen de diversas señales físicas, químicas y biológicas de su entorno para identificar los hábitats con las condiciones óptimas para su supervivencia.

Sin embargo, cuando interpretan erróneamente estas señales y eligen un sitio aparentemente adecuado para funciones vitales –como alimentarse o anidar–, pero que en realidad presenta condiciones desfavorables que no pudieron percibir se enfrentan a lo que se conoce como una trampa ecológica.

Este fenómeno, difícil de detectar a simple vista, puede reducir drásticamente su éxito reproductivo y afectar su supervivencia, convirtiéndose en una amenaza silenciosa con profundas implicaciones ecológicas.

¿Qué causa los cambios en los hábitats? En la mayoría de los casos se deben, directa o indirectamente, por actividades humanas como la urbanización, efectos del cambio climático, e incluso la modificación del hábitat por un manejo para restaurar o mitigar otros impactos.

Las tortugas marinas han evolucionado adaptándose a cambios naturales en sus hábitats, pero la velocidad de los cambios provocados por el hombre es más rápida que su capacidad de adaptación, lo que les provoca impactos severos, degradando e incluso destruyendo sus hábitats críticos para cumplir su ciclo de vida.

Algunas de las características de las tortugas marinas que las hacen especialmente susceptibles a encontrarse en una trampa ecológica son: su fidelidad a una misma región de playa para anidar (filopatría), no tienen cuidado parental de sus crías, alcanzan la madurez sexual después de los 15 años (implica un reclutamiento lento de nuevas generaciones), dependen de señales ambientales para elegir los sitios que ocupan, entre otras.

Entre las trampas ecológicas más documentadas se encuentran las playas artificiales, que pueden parecer hábitats óptimos para la anidación, pero en realidad pueden tener condiciones subóptimas.

La iluminación artificial en playas desorienta a las crías recién emergidas, mientras que las estructuras rígidas instaladas en las playas y dunas costeras alteran las condiciones naturales del hábitat bloqueando rutas de anidación y afectando la incubación de los huevos.

Además, los cambios en la temperatura del océano pueden modificar los patrones de migración y las áreas de alimentación y reproducción de diversas especies.

De manera contradictoria, algunas de estas trampas han surgido a partir de proyectos diseñados para restaurar segmentos de playa o proteger infraestructura pública, como edificios y carreteras.

Un ejemplo de trampa ecológica que se ha estado evaluando desde hace algunos años ocurre en el Santuario Playa de Chenkan, en Campeche, la cual es un área natural protegida con categoría de santuario, es un sitio Ramsar y es hogar de tortugas carey (Eretmochelys imbricata) y verde (Chelonia mydas).

Esta playa tiene una alta presión por erosión costera y por la carretera federal 180 que es la principal vía de acceso por tierra a la península de Yucatán. Esta carretera impide el movimiento natural de avance y retroceso de la playa, lo que ha exacerbado la erosión y puesto en riesgo la carretera.

Ante esto se realizan acciones para su protección, instalando estructuras rígidas que protejan la carretera de la acción del mar y las tormentas anuales, lo que provoca alteraciones severas en este ecosistema.

Entre las estructuras se encuentran los gaviones y paredes de piedra que en algunas ocasiones sí permiten que se mantenga algún remanente de playa, con menos de un metro de anchura y con alto riesgo de inundación, y en sus extremos también puede acumularse sedimento y se convierte en una rampa de acceso de la playa a la carretera.

La situación de trampa que se configura ocurre cuando una tortuga se acerca a esta playa para anidar, una de las primeras señales que identifica es la silueta de la vegetación de manglar que se encuentra detrás de la duna e incluso de la carretera federal (la cual es imposible que perciba desde su perspectiva a nivel de suelo en la zona donde rompen las olas).

Una vez en la playa con las estructuras rígidas, si la marea era baja, la hembra percibe que sí existe un área para anidar, más angosta de lo que recordaba y tal vez algo más húmeda, pero no al grado de indicarle que la condición sea peligrosa para ella o sus crías.

La hembra sale a anidar en esa zona donde ha anidado por décadas, y con alguna dificultad logra depositar su nidada. Desorientada por las luces de la carretera se dirige en sentido opuesto al mar, topa con la pared de piedra, pero la sigue y encuentra una rampa arenosa que le permite seguir avanzando, la sube, y al cruzarla se encuentra en un ambiente totalmente hostil y desconocido, la carretera federal.

Intenta retornar a la playa, pero no encuentra de nuevo el acceso, y para su infortunio, uno de los cientos de tráileres que cruzan a exceso de velocidad la atropella.

Su nidada, con el siguiente ciclo de marea, es inundada porque la playa que aún percibía como mínimamente suficiente para anidar se encontraba a una altura menor sobre el nivel medio del mar a la altura original, pero no lo percibió.

Estas pérdidas dramáticas de la hembra y su nidada representan una pérdida significativa para su población, sobre todo cuando consideramos que en los últimos tres años en esta zona han sido atropelladas más de 30 tortugas marinas.

¿Cómo asegurar que los esfuerzos de restauración y manejo costero no generen efectos negativos en especies y hábitats? Es fundamental saber y reconocer que las trampas ecológicas se configuran sin intención, por lo que un enfoque sistémico, participativo y adaptativo, se espera ayude a disminuir el riesgo de provocarlas.

La colaboración con tomadores de decisiones y expertos en ecología y conservación en la planificación de proyectos de infraestructura y restauración también se espera que ayudará a evitar impactos negativos sobre la fauna, así como la participación de comunidades costeras aportará conocimiento local histórico sobre la configuración original de los ecosistemas.

Además de la interdisciplina en la planeación e implementación de los proyectos de infraestructura y su mantenimiento, es fundamental implementar monitoreos sistemáticos para en su caso identificar impactos negativos, incluyendo trampas ecológicas, y facilitar el manejo adaptativo.

Las trampas ecológicas nos muestran que el manejo de los ecosistemas es complejo, y requiere atención para que sus beneficios sean mayores que sus potenciales impactos negativos, y evitar efectos negativos imprevistos en el mediano y largo plazo.

Cada decisión que tomamos al modificar los ecosistemas puede provocar consecuencias inesperadas que afectan gravemente a la fauna silvestre, y para reducir estos riesgos necesitamos un monitoreo sistemático para la adaptación de estrategias.

Comprender cómo se generan estas trampas es el primer paso para prevenirlas, y solo con un enfoque integral, basado en la ciencia y la participación de las comunidades locales, podremos asegurar que las tortugas marinas sigan nadando en los océanos por muchas generaciones.

Las tortugas marinas han sobrevivido grandes cambios a lo largo de la historia, pero su futuro ahora depende de nuestras acciones.

Tania Manarini1, Aldo Guevara-Carrizales1,2, Ricardo Cavieses-Núñez3,4 y Eduardo Cuevas1,3,5
1Doctorado en Ciencias en Medio Ambiente y Desarrollo, Instituto de Investigaciones Oceanológicas, UABC
2Facultad de Ciencias, UABC
3Instituto de Investigaciones Oceanológicas, UABC
4Estancias Posdoctorales SECIHTI
5Laboratorio Nacional CONAHCYT de Biología del Cambio Climático
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